un hotel de Alanya (Turquía) ofrece a sus huéspedes destrozar platos, botellas, muebles, ordenadores o televisores durante su estancia, como si fueran estrellas de rock con ganas de dejar su marca en la habitación. Dicen que es una buena terapia contra el estrés y además en lugar de hacerlo en la habitación sufriendo las incomodidades propias de destrozar la cama donde uno va a dormir y todo lo que hay alrededor, les facilitan hacerlo en una salita especial y además convenientemente protegidos para que cuando algo les salte a la jeta no acaben en el hospital, que en realidad sería el verdadero desestresante. No cuenta la noticia si hay que pasar de uno en uno por si, llevados por la emoción, alguien empieza a arrojarle los platos o el televisor a la cabeza de otro, sea un desconocido o tu acompañante, que uno no sabe qué tienen los viajes para que afloren los malos rollos, pero lo que sí cuenta es que casi todos los usuarios son hombres, que ya revela lo elementales que somos y lo fácil que es engañarnos haciendo que rompamos cosas inservibles. Y claro, me he acordado de ese capítulo de Fleabag en el que se espera que las mujeres se haciendo ejercicios espirituales en silencio, mientras los hombres gritan “puta” y “zorra” a una muñeca de plástico. La vida es un hotel de Turquía y no funciona.