está totalmente demostrado, al menos desde nuestros valores democráticos y humanistas europeos, que el Desarrollo Humano Sostenible (DHS) de un territorio depende de la adecuada y equilibrada conjugación, permanente y de forma circular, de los principios de la creación de riqueza, de la predistribución y de la redistribución.
La indispensable creación de riqueza o de valor para la sociedad significa que, mediante el trabajo, las personas tienen derecho a una vida digna a través de la disposición de bienes materiales e inmateriales para su satisfacción individual y colectiva conforme a lo dictado por los derechos humanos.
La predistribución o fiscalidad es uno de los grandes exponentes de la solidaridad social individual y comunitaria de los ciudadanos, donde el que más tiene más paga. La fiscalidad debe alcanzar un punto de equilibrio entre la suficiencia de recursos para ofrecer los servicios públicos adecuados con una gestión rigurosa y sana y la no penalización competitiva de las empresas y evitando la ociosa confiscación fiscal de la riqueza creada por los ciudadanos.
La redistribución o estado del bienestar supone que las administraciones deben gestionar la solidaridad reflejada en los impuestos redistribuyendo dicha riqueza y dividendos al objeto de satisfacer y asegurar el principio de la igualdad de oportunidades de todos los ciudadanos cubriendo sus necesidades mínimas en los ámbitos de la sanidad, la educación y la protección social.
Son tres elementos que se deben conjugar adecuada y equilibradamente de modo que cada uno de ellos retroalimente a los otros dos. Es decir, que se desarrollen y estimulen mutuamente de forma permanente y circular.
Si no se crea riqueza, es difícil que exista una fiscalidad progresiva y, sobre todo, suficiente para aplicar una redistribución digna que, a su vez, estimule la creación de riqueza. No pueden ser conceptos opuestos, ni divergentes ni antagónicos.
La pregunta que nos puede asaltar es: ¿qué es antes, generar riqueza para después presdistribuir y redistribuir, o primero predistribuir y redistribuir para después generar riqueza? La respuesta sigue estando en una conjugación adecuada, equilibrada, permanente y circular de los tres elementos donde ninguno de ellos anule o invalide a alguno de los otros dos, sino que los fortalezca. Pero, además, esta conjugación circular es necesariamente cambiante y debe ser actualizada y adaptada en función de los momentos cíclicos de la marcha de la economía, de crisis o expansión.
De manera recurrente tomamos como ejemplo a los países escandinavos. Y no es de extrañar, dado que presentan envidiables índices de desarrollo humano. Pero que no nos confundan. Existe la seria duda de que algunos agentes políticos hayan abandonado de manera sincera modelos que geopolíticamente, geoestratégicamente o geoeconómicamente nada tienen que ver con Euskadi. Son experimentos antiguos o ya fracasados. Tanto el nacional-populismo, como la revolución pendiente.
Porque Euskadi no es Venezuela, ni Bolivia, ni Cuba. Y porque, desde Robespierre hasta Lenin, cada vez que el socialismo puro ha intentado poner en práctica la primacía del igualitarismo sobre la libertad ha provocado una grave vulneración de los derechos humanos, una clara ineficiencia económica y altas cotas de elitismo, corrupción y desigualdad.
Si realmente nos interesan como modelo los países nórdicos, tengamos en cuenta que son territorios con economías de mercado muy abiertas, muy bien insertadas en la globalización, con una gran flexibilidad laboral gracias a su excelente educación, con una fiscalidad que no lesiona su competitividad y que constituyen excelentes plataformas para la inversión productiva e innovadora.
Por lo tanto, si alguien pretende mirarse en el espejo de dichos países, no es aceptable que tomen como ejemplo únicamente algún elemento de su entorno competitivo obviando otros, por la sencilla razón de que todos los elementos constituyen un todo y son imprescindibles para entender el entorno económica y socialmente competitivo que han creado, conjugando de manera notable los tres elementos del círculo virtuoso del progreso económico y social.
Euskadi debe apostar por la generación de riqueza como eje central de nuestra política social. Nuestra principal apuesta debe pasar por una industria cada vez más competitiva, generadora de valor añadido, altamente internacionalizada y digitalizada, con una fuerte vinculación con Euskadi y un compromiso intergeneracional que ofrezca perspectiva de futuro a los proyectos empresariales.
Pero al mismo tiempo, debemos procurar mantener una sociedad fuertemente cohesionada con políticas sociales tendentes al fomento del empleo, la distribución equitativa de la renta, el mantenimiento de niveles adecuados de solidaridad con los desfavorecidos, el acceso en condiciones a la sanidad, la educación y la vivienda. Es evidente que una sociedad competitiva se cimenta sobre las bases de la equidad y el bienestar social.
Euskadi va a seguir siendo un país abierto, complejo, moderno, cosmopolita y europeizado. Y las aspiraciones de sus ciudadanos serán mayoritariamente las mismas que hasta ahora: seguir siendo ciudadanos vascos libres, combinando, en un entorno europeo y occidental, el máximo de libertad individual y colectiva y de prosperidad con la mayor justicia social e igualdad de oportunidades. Todos aquellos que pretendan hacer de Euskadi y de los vascos algo que no son o pretendan desubicarlos de su entorno político, económico o estratégico, fracasaran.Senador de EAJ/PNV