Síguenos en redes sociales:

Enredados en las redes sociales

¿Estaremos cayendo en las redes que nosotros mismos hemos ido tejiendo? Lo curioso es que esas redes tienen el nombre solemne de “redes sociales”. Conforme se han ido tejiendo, ha dado la impresión de que se trataba de unos instrumentos útiles que servían para que los ciudadanos llegaran a todos los sitios sin necesidad de que abandonaran sus casas. Poe ejemplo, de pronto, en ese tiempo previo al sueño, llega a nuestra mente una idea, la añagaza de un capricho o el deseo de comprar algo y uno se incorpora en la cama, acerca el ordenador o el teléfono móvil y conecta con la mismísima Tailandia para comprar un abanico de cañas de bambú oriental. Cumplido ese trámite, y recibidos los ok correspondientes, uno se tiende de nuevo en el lecho y, colmo de felicidad, se duerme para poder soñar con un paseo por el borde de la playa debidamente ventilado utilizando el abanico tailandés.

Pero hay cosas peores porque la técnica y la ciencia, siempre ambiciosas e inconformistas, se sirven de la inocencia humana, que no repara en saber ni comprobar si dichos abanicos son realmente tailandeses o han salido de alguna cadena de producción de abanicos (y otros utensilios de belleza) ubicada a escasos kilómetros de nuestro domicilio. Cuando el referido abanico llega a nuestras manos -eso sí, empaquetado con vistosos papeles brillantes que nos muestran a jóvenes tailandeses/as sonrientes-, apenas han pasado 24 horas, pero recibimos el abanico con delectación, convencidos de que el día siguiente será diferente al anterior porque luciremos un artículo que dará que hablar en el ámbito en que nos desenvolvemos por tratarse de un abanico tan estridente como espectacular. Desde luego que no repararemos tampoco en que transportar un abanico desde Tailandia hasta aquí requiere varios días, y que el coste de trasladar un solo abanico se convierte en algo prohibitivo para el comprador si nos paramos a calcular el precio final tras la aplicación de los costes del suministro.

Eso sí, cada vez que alguien nos pregunte después por el abanico, o se pare siquiera ante nosotros para contemplarlo con curiosidad, tendremos la ocasión y la oportunidad de componer una historia (historieta quizás) sobre la existencia de los abanicos asiáticos, además de relatar a nuestro propio capricho las peripecias que hemos tenido que hacer para disfrutar no solo del abanico sino del uso y control de las redes sociales, que nos permite al fin ser realmente ciudadanos del mundo. Sin embargo, en el pecado llevamos la penitencia porque es evidente que se trata de una farsa debidamente aderezada con excelencias difíciles de evaluar.

Pero las redes sociales, además, pueden ser usadas de forma artera y miserable para subvertir el orden (o los órdenes) de los comportamientos humanos. El modo de relacionarse los ciudadanos a través de las redes sociales puede ser tan auténtico y verdadero como fatuo y fingido. Quien se decide a inscribirse e identificarse en las redes corre bastantes riesgos y, además, debe tener bien claras cuáles son sus pretensiones e intenciones para someterlas a unos modos de comportamiento lógicos y manejables desde su condición de humanos.

Ahora mismo, nuestras vidas están sometidas al poder de las redes sociales. De pronto, sin comerlo ni beberlo, uno se puede ver involucrado en una trama extraña solo porque el administrador de cualquier red le involucre. Y esto puede ocurrir sin que el involucrado llegue a enterarse. El afectado, si no es un enfervorizado seguidor de dichas redes, sale a la calle y se convierte en blanco de miradas ajenas cuyo único motivo y fundamento puede ser la acusación impostada de un enemigo político o de un vecino enemistado. Es cierto que siempre cabe el recurso a los Tribunales de Justicia cuando uno descubre la fechoría, pero hay falsedades que no llegan a detectarse por el afectado, o cuyas consecuencias no pasan de ser meramente desagradables.

Nos hemos convertido, en gran medida, en cazadores de nosotros mismos por no haber calibrado los riesgos de las nuevas situaciones a las que nos hemos estado arriesgando. Empeñados en comunicarnos más, nos comunicamos peor. Quien no participa en las redes sociales, ni siquiera en sus servicios más básicos o elementales, corre el riesgo del aislamiento. Pero quien está participando en ellas se arriesga a que cobardes no identificados debidamente le conviertan en un muñeco de pim pam pum. Lo malo es que las redes han llegado para quedarse y nos han pillado desprevenidos. Distendamos? No hay sensación más sublime que la del amor y se transmite mucho más placenteramente desde la presencia física, desde la mirada o desde la voz. Las letras escritas en una pantalla de ordenador o en la de un teléfono móvil pueden ser verdaderas y muy valiosas, pero pueden no serlo, incluso ser perniciosas? El amor es humano, pero las redes sociales no responden claramente a impulsos humanos, aunque haya sido el hombre su autor y sea actualmente su usuario más generalizado.