Melania Trump, según varios diarios de la Corte, cometió dos graves errores durante la recepción a los reyes de España . El primero, realmente espeluznante, fue darle dos besos a la reina Letizia en lugar de estrecharle simplemente la mano como indica el protocolo. El segundo, que todavía me eriza el cabello, fue cruzar las piernas durante la recepción en el Despacho Oval. Parece increíble que profesionales del periodismo presten semejante atención a hechos tan fatuos, olvidando lo principal. Incluso me atrevería a decir que es otra muestra de machismo, como si las primeras damas fueran simples maniquíes cuya función se limitara a pasear el palmito. En las crónicas de la ocasión, aparece un Donald Trump, muy correcto, espléndidamente peinado, elegantemente corbateado, y obviando referencias al tema del día: la ignominia cometida por la administración norteamericana contra los hijos de los inmigrantes, arrancados de sus padres y enjaulados como si fueran simios. No entiendo las crónicas de esos plumillas currucatos que controlan al milímetro la posición de las piernas de Melania Trump, y el modelo del vestido de la reina Letizia, pero desoyen los llantos de esos 2.342 niños mexicanos, hondureños y de varios países latinoamericanos que lloran lastimeramente reclamando la presencia de sus padres. Para mí, lo más significativo ha sido la filípica que la señora Trump lanzó contra su marido, exigiendo que ponga fin a su política migratoria. “Necesitamos ser un país que cumpla las leyes, pero también un país que gobierne con corazón”, dijo. En el polo opuesto ha estado el silencio de los reyes, guardando un mutismo cómplice, que casi podría interpretarse como vasallaje, hacia la salvaje separación de padres e hijos. Si España marcó un hito internacional al cobijar a los migrantes del Aquarius, esta vez ha dado la de arena, alabando incluso el perfil democrático de EEUU. Trump finalmente va a dar marcha atrás, pero no por los reproches españoles. En la visita, solo se utilizó el botafumeiro.