Hasta el último momento he dudado qué disfraz tomar para sorprender en este Carnaval. Lo recurrente hubiera sido vestirme de político e inventar mil patrañas que jamás hubiera cumplido. Desistí porque el artículo se había agotado ya en todas las estanterías del país. Pensé entonces en clérigo, porque es un oficio que está en posesión de la verdad en esta vida y en la otra. Pero me dijeron en unos grandes almacenes que hay gran escasez de almas inmortales, complemento imprescindible para conservar el empleo. Tal vez, pensé, podría vestirme de funcionario, pero me dieron con la puerta en las narices y me repitieron lo que a Mariano José de Larra: que volviera mañana. Creí que mi fracaso en fracaso se debía a que no pensaba a lo grande. Entré por una puerta giratoria, hice pacientemente cola y tras rellenar varias solicitudes, me preguntaron qué deseaba. “¡Quiero ser banquero!”, dije con determinación. Me sonrieron y me dieron varias palmadas en la espalda. Luego tuve que abrir una cuenta nómina, suscribir un seguro e ingresar un dinero. Luego, me enteré que lo tenía crudo para recuperar mi capital, porque se había presentado un ERE, hubo algunas absorciones y se cerraron varias oficinas. Un poco deprimido, se me ocurrió que tal vez debiera investirme de profesor con toga incluida. Abandoné presto y en la huida tuve que cambiar el birrete por una chichonera. Probé con médico, abogado y arquitecto, pero ¡quiá...! solo había plazas temporales y mal pagadas. Tampoco cocineros, porque el comer se ha sustituido por el picar, y el picar por el rascarse. ¿Y si me vistiera de funerario?, se me ocurrió. Pero, ¡qué va!, cada vez la gente se muere menos y vivimos o malvivimos más. Me detuve y volví a escuchar aquellas sabias palabras de mi aita: “Cuando estés en apuros, reacciona”, y reaccioné. Entendí que el fútbol era la gran industria de España. Por eso me he disfrazado de balón. Naturalmente me dan muchas patadas y me pitan, me pisan y me golpean contra los palos, pero ¡soy tan feliz!