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Celillos a la mar

Ahora que el periodo estival toca a su fin, y con ello la vuelta a la normalidad y el fin de las fiestas patronales, es un buen momento para alabar a todos los que han intentado que nuestros oídos no sufrieran el Despacito, esa canción de tintes machistas que ha triunfado a lo largo del globo, que ha sido traducida, no sé si literalmente, a multitud de idiomas. A su lado, y por contagio, otras canciones han sido vapuleadas por las letras que contenían. Nos han recordado que Loquillo confesó que “sé que la mataré”, o que Radio Futura amenazó con “voy a darte una paliza por haber escrito mi nombre dentro” del corazón de tiza pintado en la pared. Incluso hubo quien se acordó de Gabi, Fofó y Miliki, que pusieron a su niña a planchar, lavar, fregar y mil duras tareas más, o a Esteso y su Ramona pechugona. Sin embargo, nadie ha nombrado a Alaska, musa de La Movida madrileña, quien nos hizo cantar a todos: “Loca de celos le siguió, tras apuntar la dirección, resistiéndose a llorar. Como pudiste hacerme esto a mí, yo que te hubiese querido hasta el fin, se que te arrepentirás. La calle desierta la noche ideal, un coche sin luces no pudo esquivar, un golpe certero y todo terminó entre ellos de repente”. Alaska lo mató. Ni a Silvio Rodríguez, el más genuino representante de la Nueva Trova Cubana, junto a Pablo Milanés, quien no tuvo reparos en confesar que: “Decidí dejarla cuando una noche desperté y la vi que se lanzaba sobre mí con unas tijeras de podar sus matas, mientras me juraba que no iba a ver a otra mujer jamás. Me puse las botas y salí corriendo entre amenazas que no puedo repetir. Me puse las botas y salí corriendo sin sueños dorados, pero a salvo el honor”. Y celillos a la mar.