Después del horror, la esperanza
Tras los atentados de los últimos días, tan cercanos, tan bárbaros, tan difíciles de entender y asimilar como imposibles de aceptar, nos queda, además del corazón roto y un fondo de miedo, la necesidad apremiante de dar la vuelta al desaliento y seguir viviendo con la lección aprendida, una más a lo largo de la existencia, en busca de la serenidad perdida. ¿No podríamos ir dando pasos hacia la construcción entre todos, de una humanidad universal fraterna de hermanas y hermanos unidos al menos por un mínimo respeto? Evidentemente, hoy por hoy se trata de una utopía pero me animo a plantearla basándome en una hermosa metáfora recién pescada en la red. Su autor, el Doctor Norberto Levy, plantea así la cuestión del ser humano consciente: “Imaginemos a un glóbulo rojo que tuviera conciencia de su vida individual y se percibiera único y diferente a todas las demás células del cuerpo. Y que a este glóbulo rojo se le dijera: “¿Sabías que además de ti existen millones y millones de glóbulos que cumplen tu misma función, que llevan oxígeno y traen anhídrido carbónico? ¿Y que además están coordinados con millones y millones de otros que realizan tareas muy distintas a la tuya, pero que todos en su conjunto forman parte de una misma unidad? ¿Y que en ti hay algo, que es tu código genético, presente también en tus millones de células?” Eso le daría pie a sentir la sensación de sí mismo, de su propia identidad, que trasciende los límites de su propio cuerpo y se enlaza con una inmensidad desconocida para él.
El profesor Aníbal Sabatini sacaba de esta metáfora la conclusión de que los seres humanos somos células integrantes y conscientes del gran organismo universal. Hablamos de una Energía Originaria autora y mantenedora de todo cuanto existe, visible o invisible, existente “ante omnia saecula”, es decir, desde siempre y hasta siempre, sin ninguna medida de tiempo. Si la persona acierta a dar el salto a esa Trascendencia a la que algunos llamamos Dios, pero que existe en todos y para todo, experimentaríamos la esperanza de la unidad que nos libraría de todo miedo y de todo mal porque nos sabríamos integrantes y conscientes de formar parte de de esa Energía Originaria, como personas hechas a su imagen y semejanza. Es lo que fue Jesús de Nazaret.
Para ser personas completas, cabales, útiles a la sociedad y felices, es necesaria la reflexión sobre temas trascendentales. También para la gente joven. Por ese camino nos llegaría la esperanza de un mundo libre de este cainismo tan presente hoy por desgracia en los cinco continentes.