Las tendencias demográficas y tecnológicas, que empujan a sucesivas transformaciones en la sostenibilidad del estado del bienestar, nos van acorralando en un callejón sin salida. Las dimensiones del cambio poblacional y la evolución tecnológica sin precedentes, hacen urgente que adoptemos importantes cambios en la concepción de las relaciones entre los sistemas socioeconómicos y tecnológicos. Estos cambios no pueden ser -como hasta ahora- meros ajustes sobre lo existente, sino que nos deben conducir a nuevas respuestas, fuera de lo convencional, habitual o incluso reciente.
La incorporación de la tecnología en sustitución de puestos de trabajo es una realidad que no es de ahora. Es una característica de la capacidad de ideación y mejora de los humanos. Por ejemplo, un litro de gasolina aplicado a un motor de combustión genera un trabajo físico equivalente al de un operario durante tres meses. No hace falta referirse a las nuevas tecnologías ni a los robots, tan de moda, para saber que este fenómeno es consustancial a la evolución de la inteligencia humana en la resolución de problemas. Este uso acumulado del conocimiento durante cientos de años, que se aplica hoy en forma de tecnología, es un componente importante de la organización de una sociedad en términos de inversiones, de competencias profesionales, de nuevos oficios, de servicios disponibles y de las retribuciones a las distintas actividades laborales y sociales. Tiene, en definitiva, una gran influencia en el diseño social.
Desde hace más de 50 años, la relación entre sociedad y tecnología es crucial dado el desarrollo tecnológico exponencial en el que estamos inmersos. Lo social y la tecnología no conviven como aliados, y la evolución tecnológica es por lo general poco considerada en el diseño operativo y práctico de los sistemas sociales, económicos y educativos, públicos o privados. Pero los pronósticos sobre su interdependencia traen noticias importantes. El Banco Mundial anuncia que dos de cada tres actuales puestos de trabajo pueden ya ser ejecutados por sistemas automatizados. Antes también ocurría lo mismo, porque las cosas siempre van cambiando, pero el cambio era mucho más lento. Se necesitaban dos o tres generaciones para absorber los nuevos modos de vida, los nuevos dispositivos y el cambio correspondiente en los oficios.
Pero la cuestión de fondo es más relevante que las noticias de prensa, en este espejismo de la pérdida del trabajo y los nuevos oficios. La cuestión de fondo es repensar y rediseñar cómo llegan, -a quienes y en qué proporción- los beneficios del uso de los nuevos conocimientos que la sociedad va construyendo. No es la primera vez que hemos escrito sobre quiénes son los agentes sociales que más se benefician de la productividad evidente y enorme que genera hoy la tecnología. Hoy, la tecnología se instala principalmente como propiedad en las grandes empresas y funciona en un mercado tecnológico mundial regulado por las patentes. Sin embargo los resultados de los trabajos de investigación, tienen sus inversiones más importantes y sus orígenes en la capacitación de las personas, que se han sustentado en los sistemas públicos de educación o investigación en diferentes instituciones y niveles educativos. Por eso debemos considerar que la tecnología -que es ese saber crear cosas nuevas o resolver problemas de forma más eficaz- es un acerbo más social de lo que se considera, y no tanto o no solo privado. Tal vez esta sea una causa raíz de los síntomas de desajuste que observamos en los sistemas de empleo y sostenibilidad del sistema del bienestar.
El fenómeno de la creciente transformación tecnológica del trabajo tiende, junto a otros factores, a reducir las contribuciones laborales de las que se nutren los sistemas de pensiones y otras garantías sociales del estado del bienestar. La asignación muy sesgada de nuestro modelo tecno-económico hacia la propiedad privada de la tecnología es uno de los factores generadores de la desigualdad en el reparto de la riqueza. Este sesgo en la asignación de la propiedad de la tecnología nos explica la acumulación rápida de riqueza de unos pocos. Esto ocurre cuando se introduce una innovación tecnológica de uso general -que puede extenderse en pocos meses por las redes- en un mercado de miles de millones de personas. Estas aplicaciones virales también son las nuevas y poderosas máquinas de la información que procesan datos, como no podrían hacer millones de personas juntas.
Es decir, que desde el motor de gasolina, que genera la fuerza de muchas personas; pasando por la cosechadora que recorre cientos de kilómetros de campos de cereales; continuando por la máquina herramienta que procesa miles piezas de forma masiva; siguiendo por los programas informáticos o aplicaciones de nuestros móviles que manejan millones de datos en segundos; y terminando tal vez en los futuros robots de asistencia personal, estamos continuamente creando ingenios tecnológicos que producen mucho trabajo y de formas mucho más eficaces que si los asignáramos a personas. Hay otros trabajos vinculados a los cuidados, la educación, la cultura y muchos más de relación muy personalizada donde este efecto sustitución hoy día no es posible o no con los mismos atributos de cercanía y empatía que el trato personal. En estos trabajos el apoyo en sistemas tecnológicos también ofrece muchas ventajas.
El debate está abierto entre políticos y empresarios de la tecnología en relación con los robots, por su apariencia más humana en la sustitución de los trabajos, pero no dejan de ser máquinas, eso sí, muy sofisticadas. Las estimaciones sobre las modalidades de trabajo que pueden ser sustituidas por maquinas alcanzan el 45% de los oficios actuales. Ante la propuesta planteada por Bill Gates para que los robots paguen impuestos como los trabajadores, que apoya también por el exsocialista francés Benoît Hamon, la Unión Europea se manifiesta en contra. Lo hace a través de Andrus Ansip (Comisario Europeo del Mercado Único Digital) argumentando que tal medida desincentivaría la adopción por las empresas de la tecnología futura. Es lógico que quien defiende el desarrollo del mercado digital piense así, pero hacen falta otras miradas ante este tema.
Pero volviendo al trabajo de las máquinas, no solo a los robots, y sobre la hipótesis de que la propiedad de los conocimientos que las ha hecho nacer es mas social que privado, las máquinas podrían cotizar para generar recursos para el futuro de esa generación de personas que las hacen existir y funcionar. Haciendo con ello que parte de su productividad generada retorne a la sociedad que la ha creado y alimentado. Tal vez esta socialización real del conocimiento sea el reto principal de la evolución de nuestras sociedades, tema ya apuntado hace tiempo por el antropólogo Eudald Carbonell. Si no abordamos este asunto a tiempo y no cambiamos el rumbo de la propiedad del saber aplicado hacia su distribución ilimitada -ahora que hay medios tecnológicos- el problema no será solo cómo financiar la seguridad social, sino además cómo evitar la expansión de la ya iniciada ruptura social.
El efecto económico de la sustitución por las máquinas de las horas de trabajo equivalentes es una valoración muy fácilmente cuantificable, y que ya se hace habitualmente en tanto se calcula la productividad de la inversión tecnológica. Es por tanto algo en lo que basarse para ver el valor neto de esta productividad excedente y que en parte debe devolverse al sistema común. Números no faltan, y análisis más precisos son posibles y necesarios. El ratio de inversión en formación, conocimiento e I+D desde la economía familiar y fondos públicos, frente al de la formación e I+D aportada por las empresas, podrían ir conformando modelos para este mejor reparto de los frutos el conocimiento. En definitiva, establecer una forma práctica de socialización del conocimiento y de resolución de un reto social como es su impacto social en la creación de riqueza y su distribución.
Dejar las cosas como están y no usar la tecnología no es la respuesta. Si no hiciéramos el cambio tecnológico dejaríamos de ser productivos en relación con otros, cosa que no hay que hacer. Este es el argumento del Comisario Europeo, pero sería posible que durante una generación laboral (40 años) las máquinas que estén operativas, no solo robots, coticen por un porcentaje mucho más bajo de lo que cotizarían los puestos de trabajo sustituidos.
Esta fuente de ingresos, las cotizaciones de las máquinas, es un acicate a la modernización tecnológica de la sociedad pues es garantía simultánea de competitividad y calidad de vida, a la vez que abre una nueva vía creciente de garantía de generación de recursos para la sociedad. Esto nos permitiría salir del peligro de unas coberturas sociales previsiblemente cada vez más escasas, dada la reducción de los impuestos del trabajo que la inversión en tecnología produce. No hay que destruir las máquinas, como se hacía en el inicio de la revolución industrial por parte de los trabajadores desplazados, sino que hay que verlas como fruto de la inteligencia colectiva humana. Hay que crearlas cada vez más inteligentes y eficaces, lo que redundará, si entendemos factible esta propuesta de socialización del conocimiento, en mayores recursos sociales. En definitiva, en un diseño social que hace del conocimiento un activo social colectivo y valioso, cuya socialización mejora la calidad de vida.