El Bellas Artes es un edificio centenario, el cinematógrafo más antiguo de España, que disponía desde el Plan Especial del Área “R” de Donostia de de 1978, trabajo de Peña Ganchegui, Moneo y Bohigas, la protección como “Elemento Permanente”, al igual que la Diputación, el Victoria Eugenia o el Buen Pastor. En el Plan General del 95, a esos “elementos permanentes” previos se les adjudicó el “grado I”, el máximo grado. Sin embargo, en la versión inicial del Peppuc del 2009 se le otorgó un grado C, que solo protegía sus fachadas. A pesar de eso, los políticos de esta ciudad no tuvieron ningún reparo, y siempre con el fin de beneficiar a su propietaria, la SADE, de rebajar su régimen de protección incluso para permitir el derribo de sus fachadas a Prim y Urbieta. El Gobierno Vasco, ante tan dantesco escenario, no tuvo más remedio que ejercer su potestad y catalogar el inmueble de “Bien de interés Cultural con categoría de Monumento”. En ese mismo momento el Ayuntamiento, que sí ha estado dispuesto a gastarse millones de euros en la fallida Capitalidad o más de 70 millones en Tabakalera, tendría que haberse planteado el comprar el inmueble, rehabilitarlo como auditorio escénico, y ofrecérselo a la ciudadanía. Ahora que, después de un traspiés jurídico, el Gobierno Vasco ha dado marcha atrás, el edificio vuelve a contar con una protección grado C rebajada, que permite derribar el edificio en su totalidad, incluso sus fachadas laterales. Lo que está claro es que a pesar de su estado (causado por el propietario) y la cobardía de ciertas instituciones (todas del mismo color político), el Bellas Artes es un monumento de Donostia y de todos los y las donostiarras, y lo único que hace falta es voluntad política para sacarlo adenlante, quizás siendo su adquisición la mejor opción posible. Sin duda se trata de un digno edificio que podría prestar un servicio cultural para el que allá por 1914 con tanto acierto fue proyectado.