Con ocasión del fallecimiento de Fidel Castro, traigo a colación lo que el oñatiarra Javier Arzuaga, exfraile franciscano, escribía en su libro A la medianoche, editado en 2012. Conocía y trataba tanto con Che Guevara como con Fidel ya que fue testigo y capellán de los condenados a muerte por los tribunales revolucionarios. A lo largo de 1959, a la medianoche, fusilaron a 55 “traidores de la revolución” en La Cabaña. Arzuaga les acompañaba en la ejecución. En referencia a Fidel, escribe Arzuaga:

“A Fidel no le entiende nadie, ni él mismo se entiende. ¿Qué puedo yo añadir a lo que a favor o en contra se ha dicho de la revolución cubana? En mi opinión, la personalidad descontrolada de Fidel Castro hizo que desde muy temprano las aguas de la revolución salieran de madre y corrieran desbocadas inundando cuanto terreno alcanzaran y desbaratando cuanto en ellos encontraran. Si la hubiera conducido con pulso y ritmo más mesurados, sin dejarse atrapar en las redes de su Yo descomunal, sin ver enemigos en cuantos no le fueran incondicionales perros falderos? la revolución podía haber hecho mucho bien. El peor enemigo de la revolución estaba dentro, muy dentro, dentrísimo. Era la personalidad neurótica, fuera de control, del propio Fidel Castro. ¿Cómo se puede perder un juego teniendo en la mano todos los triunfos y los cuatro ases? Qué me lo diga quien lo sepa”. Son reflexiones de un oñatiarra de 83 años que a sus 31 compartió el dolor y la angustia de los condenados a muerte en La Cabaña, convertida hoy día en reclamo turístico de la Revolución.