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Mucho jubilata y poca chavalería

Nos estamos complicando mucho la vida con el adelgazamiento de la base de la pirámide sociológica de la que formamos parte en nuestra tierra. Es muy cierto que no se le ve solución fácil al envejecimiento de la población. Me propongo lanzar la boina al aire y fijarme en lo mucho que todavía puede sacar nuestra sociedad de ese sector social de jubilados no envejecidos (me refiero al jubilado de entre 65 y 75 años y mantengo el masculino porque la inmensa mayoría de mujeres no se jubilan nunca). Ya vamos aprendiendo poco a poco de tantos abuelos y abuelas, así como de gente que dedica su tiempo libre a la noble tarea de transmitir a quienes lo necesiten, lo aprendido a lo largo de su experiencia vital en cualquier campo de trabajo. Les espera también la colaboración en ese cúmulo de pequeñas ayudas sociales que necesitan cubrirse sin más sueldo que la satisfacción de llenar la vida propia y ayudar a la ajena con alegría. El calendario nos señala que llegan esos tiempos especiales del año que piden un mayor grado de generosidad, entrega y bondad. ¿Quién mejor preparado que ese sector social arriba citado, lleno todavía de vitalidad anímica y corporal, para compartir su tiempo libre con los necesitados de todo tipo? Les esperan hambrientos, enfermos, soledades no deseadas, desgracias irreparables, pobres callejeros, familias rotas, seres humanos desdichados?

Y como nos falta gente menuda, niños, niñas y bebés, recordemos que hay millones de inocentes tocando las aldabas en las puertas de Europa. Traigamos muchos, muchos, a Euskal Herria y hagámonos hermanos, madres, padres, abuelos y abuelas suyos. ¿Qué mejor lotería para ellos y para nosotros mismos?