Las trece campanadas
La lucha cainita por las audiencias televisivas de Nochevieja empezó ya a principios del mes de diciembre. Todas las cadenas se enredaron en un impúdico striptease, casi pornográfico, para conquistar la atención de los espectadores. El juego empezó filtrando, con un marketing medido, los nombres de los presentadores y sus circunstancias personales, embarazos incluidos. Luego sus indumentarias, desde capa española con olor a naftalina a vestidos femeninos con transparencias sugerentes. Seguidamente, las buenas y malas uvas bien revueltas dentro de una gran copa. Y por fin, las cansinas advertencias horarias. Leí un tuitmuy coherente con la siguiente argumentación: “¿Qué se puede esperar de un país al que hay que recordarle todos los años cómo funciona un reloj: los cuatro cuartos y las doce campanadas?”. Confieso que me aburrieron profundamente los shows que exhibieron cada una de las cadenas de televisión, por eso busqué alivio a mi jaqueca en EITB. Pero mi atención se centró principalmente en un folio desnudo que estampaba su blancura contra mis ojos cada vez más obtusos. Mi intención al plantar el papel y un bolígrafo encima de la mesa era anotar la primera idea que me llegara relacionada con el nuevo año. Pero pasaba el tiempo y seguía inmaculado. De pronto, sonaron las campanadas: una, dos, tres..., y trece. No puede ser, pensé, el sueño me ha jugado una mala pasada, y ha añadido una más a las doce de rigor. Lo malo de las campanadas es que se te quedan dentro y no hay forma de evacuarlas con dignidad. Al rato, seguía dándole vueltas a los trece campanillazos, hasta que tomé el bolígrafo y anoté en el folio: “¿Y si este año 2016, Donostia diera una gran campanada y convirtiera la Capitalidad en un ejemplo de solidaridad, en “una ola de energía?”, en un escenario de “cultura para la convivencia”. Así, de primeras, suena cursi. Pero si te pones a ello, parece un reto posible e interesante. Se trata de leer, escuchar, trabajar, vivir y convivir este 2016 abiertos a una cultura solidaria.