El artífice del sistema de Seguridad Social se nutría de lo mejor de ambas filosofías para mantener, junto al Estado, la libertad y las responsabilidades individuales y la familia.
No seré yo quien responda a la pregunta. Son los datos de las prestaciones de Seguridad Social y del mercado de trabajo relativos al pasado mes de marzo quienes han hecho que me plantee esta cuestión. Y ello porque tales datos me han recordado la figura del padre de la Seguridad Social, William Beveridge, así como su colectivismo-liberal.
En concreto, me he centrado en los datos que atañen a la Comunidad Autónoma de Euskadi, porque me preocupa nuestro maltrecho Estado de Bienestar.
Centrándonos en las cifras, nos encontramos con que de una población de apenas 2 millones de personas, durante el mes de marzo, 528.158 eran pensionistas, en concepto de incapacidad permanente, jubilación, viudedad, orfandad y favor de familiares. A ello hay que sumarle la engañosa cifra de 171.405 desempleados, pues las demandas de empleo pendientes ascendían, en realidad, a 275.695 personas. Además, respecto a esta última cifra, es preocupante que el mayor número de personas se encuentre en la franja de los 30-49 años. Igualmente, conviene recordar que la población entre 0-19 años es aproximadamente de 389.000, mientras que son unos 450.000 los mayores de 65 años. Y, entre tanto, los afiliados y en alta resultaban ser 881.674.
Tampoco debemos olvidar que la sociedad vasca es una de las más envejecidas de Europa, una de las que tiene menores tasas de natalidad y, eso sí, una de las mejores tasas de longevidad, con lo que ello supone en necesidades sanitarias o de dependencia.
Y no quiero entrar a valorar el coste de las prestaciones por incapacidad temporal, maternidad, paternidad, riesgo durante el embarazo, riesgo durante el período de lactancia y por cuidado de menores con cáncer o enfermedades graves. Por no hablar de la sanidad, la asistencia social, las prestaciones no contributivas, la educación y un largo etcétara.
Por otro lado, si bien el empleo crece, crece de manera inestable y precaria. Así, de un total de 65.418 contratos de trabajo celebrados, 59.696 son temporales, de los cuales 18.735 son de obra o servicio determinado y 26.355 eventuales. Es más, la inmensa mayoría se han celebrado en el sector servicios, muy por encima de la industria.
Por ello, he considerado interesante recordar la figura de William Beveridge y su colectivismo-liberal: el director, durante casi 20 años, de la prestigiosa London School of Economics, el profesor del University College de Oxford, el parlamentario, el economista controvertido y con frecuencia no comprendido, ni leído. Pero, ante todo, el artífice, el genio que transformó en un Sistema de Seguridad Social los dispersos e insuficientes seguros sociales del Canciller de Hierro, Otto von Bismarck.
En efecto, siempre me han llamado la atención sus palabras, cuando señaló que “la motivación mercantil es un buen sirviente pero un mal amo y una sociedad que se abandona al dominio del móvil mercantil es una mala sociedad. No ponemos las cosas primeras en primer lugar al ponernos nosotros mismos los primeros”.
¿Pero qué propuso exactamente Beveridge para evitar una “mala sociedad”? Pues ni más ni menos que la intervención del Estado como absolutamente necesaria para resolver los problemas sociales, como la pobreza y la inseguridad económica, que constituyen, ante todo, verdaderos dramas personales. Aquí es identificable su “colectivismo”, entendido como intervención mínima del Estado, como principio de subsidiaridad, confinado a lo que realmente es necesario, es decir, a evitar que las personas se encuentren en “estado de necesidad” y a conseguir que siempre cuenten con unos ingresos mínimos para satisfacer lo elemental. A partir de ahí, cubiertas las necesidades básicas, comienza su “liberalismo” con evidentes influencias keynesianistas, permitiendo que cada cual desarrolle su personalidad dentro del marco democrático de las libertades esenciales, políticas y económicas. En resumen, que se nutría de lo mejor de ambas filosofías para conseguir una “sociedad libre”, en la que se mantienen, junto al Estado, la libertad y las responsabilidades individuales -porque toda libertad conlleva sus responsabilidades-, y la familia.
En ese sentido, la Seguridad Social era concebida como uno de los grandes ejes del Estado de Bienestar, pero sin descuidar otros ejes del mismo, como la educación o las infraestructuras. Mantenidos dichos ejes por el Estado, debía dejarse el mayor terreno posible para la iniciativa y la empresa de los ciudadanos a través de la acción voluntaria, entendida no sólo para el negocio, sino también para el servicio de la humanidad. De ahí que entendiera que el crecimiento de la acción voluntaria debiera ser animado por el Estado por elevadas razones morales.
Volviendo a nuestra triste realidad, nos encontramos con una filosofía bien distinta, que lamentablemente no d más de sí.
“La motivación mercantil es un buen sirviente pero un mal amo y una sociedad que se abandona al dominio del móvil mercantil es una mala sociedad”
Beveridge fue el que transformó en un Sistema de Seguridad Social los dispersos e insuficientes seguros sociales del canciller de Hierro, Otto von Bismarck