1. Rearme comunitario. Retejer la convivencia social no es solo un requerimiento de la agenda de paz. Hay razones potentes que nos convocan a ampliar nuestro esfuerzo más allá de ella. La cuestión relativa al convivir se puede plantear, como un rearme comunitario, en todos los ámbitos donde se desenvuelven las personas. En lo político, maximizando la participación democrática y el carácter complementario de las diferentes posiciones políticas. En lo social, activando el asociacionismo cívico y el mutualismo social. En lo económico, humanizando las empresas y poniendo la economía al servicio de los agentes del trabajo y del país.
Tres pilares con un suelo común, la práctica de la cooperación en un marco de valores compartidos, que se estabiliza desde abajo hacia arriba. José María Arizmendiarrieta (1915-1976) explica esto mismo con un símil estupendo cuando señala que “el árbol se renueva, no tanto desde la copa o la corteza, cuanto desde las raíces”. Por lo tanto, la convivencia se asienta cooperando de manera natural a escala local, en torno a finalidades provechosas para el hogar, la vecindad y la empresa,? Frente a la esperanza puesta en teorías liberadoras de gran escala son preferibles los compromisos prácticos con la dignidad de las personas que se realizan en la escala institucional más próxima a ellas. Es decir, en sus ámbitos más naturales de convivencia.
Estudiar y comprender a JMA podría sernos muy provechoso tanto para considerar el daño que origina la violencia como para enfocar la reconstrucción, en todas sus dimensiones, de la convivencia vasca. Ésta debe abarcar a gentes dispares, de aquí y de allá, de izquierda y de derecha, reformistas y revolucionarios. Se crea la fuerza con la unión, convirtiendo lo que para pudiera ser explosivo en caudal aprovechable (diciembre 1970).
Arizmendiarrieta advierte del riesgo de simplificar la realidad, lo que puede originar más violencia y llevar a desencadenar una espiral de fanatismo sin fin (enero 1973). Hay que optar por una verdad sin encubrimiento: “la verdad que precisa de camuflaje como el hombre que busca encapucharse nos causan la sensación de mentira y de caricatura” (noviembre de 1971). Cree necesario repudiar la violencia en todas sus formas presentes y futuras para que la libertad pueda ser viable. Rechaza finalmente la alternativa que enfrenta a la violencia reaccionaria contra la violencia revolucionaria: solo la mayoría puede legitimar moralmente el recurso a la fuerza, siempre bajo la finalidad “de servir a la persona y a las personas” (octubre 1973).
En sus escritos, Arizmendiarrieta es partidario del diálogo, el contraste y la convivencia y propone impulsar un humanismo apetecible apelando a la cooperación. Convivir es cooperar para cambiar. Sus exigencias de “juego limpio, convivencia sin coacción, reciprocidad y lealtad” (Agosto 1968), son calificadas de valores irrenunciables para las personas que aspiran, formando comunidad y no masa, a cooperar y transformar el mundo social que les rodea.
Bajo ellas, se entrevé una proclamación de libertad muy clara, que se articula en un doble sentido, negativo y positivo, viéndose aquí la huella de la tradición institucional vasca. Libertad que en su sentido negativo pretende proteger a las personas individuales con barreras frente a abusos, atropellos o engaños. “Las buenas causas acreditan adhesiones sin precisar de camuflajes y menos aún de violencias, presiones o insultos” (abril 1973). El sentido positivo de la libertad, como libertad institucionalizada (febrero 1971), busca crear instituciones que promueven la convivencia, la cooperación y la reciprocidad como valores básicos del régimen cooperativo. Apostando, de esta manera, por una revolución del día a día que consistiría en “transformaciones efectivas consolidadas en estructuras nuevas” (enero 1968).
El proceso cooperativo, con sus avances y retrocesos, puede y debe ser una fuente de inspiración para el logro de una convivencia sostenible en el más amplio marco del país. Tenemos mucho que aprender de las reflexiones y de las ideas que impulsaron los componentes de aquella generación tan carismática. No solo en lo que puede ser más tangible y funcional para satisfacer nuestras expectativas materiales. Deberíamos valorar, sobre todo, la solidez del suelo ético-espíritual sobre el que construyeron todo aquel gran movimiento de cooperación. La aspiración del movimiento cooperativo no debía limitarse, según Arizmendiarreta, a la puesta en marcha de empresas que sustituyeran el conflicto material entre capital y trabajo por la cooperación y la autogestión organizativa. En la base del bienestar y de la convivencia humana hay mucho más que disponibilidad y acceso a bienes y recursos materiales.
En lo que se refiere a la persona humana, señalaba Arizmendiarrieta, “la dignidad cuenta más que la despensa” (marzo 1968). La persona a la que se refería es la “que tenemos hoy”, cuya asistencia no puede posponerse. Es la dignidad de la persona concreta la que aspira al logro de unas metas de libertad, bienestar y convivencia que habría que respaldar en el presente también concreto, frente a quienes aplazaban su emancipación hasta el final de los tiempos, a través de un penoso camino de destrucción, atropello y violencia catártica. Arizmendiarrieta mostró así que el reconocimiento efectivo de la dignidad de la persona real y concreta no tiene por qué esperar a la toma del poder político y al advenimiento del Hombre Nuevo revolucionario.
El proceso cooperativo, con sus avances y retrocesos, puede y debe ser una fuente de inspiración para el logro de una convivencia sostenible en el más amplio marco del país
Arizmendiarrieta mostró así que el reconocimiento efectivo de la dignidad de la persona real y concreta no tiene por qué esperar a la toma del poder político