El Mons Calpe era una de las dos columnas de Hércules, mítico héroe griego, situadas en los confines occidentales del mundo conocido en la antigüedad. Sin embargo, la columna rocosa adoptaría el nombre por el que sería conocida en la posteridad no de un héroe emparentado con los dioses, sino de un simple mortal: el bereber Tariq ibn Ziyad, subalterno del famoso moro Muza (Musa ibn Nusair), quien el 24 de abril del año 711 comandó la primera avanzadilla musulmana que ocuparía la península desembarcando en las proximidades del peñón. Con el tiempo, aquel Jabal Tariq (montaña de Tariq), fue pronunciándose como Gibraltar.
Algo tiene que tener el lugar, quizá de imagen aislada y terca, para que su nombre se haya extendido a otros puntos geográficos, incluido nuestro ámbito rural con caseríos de nombre “Gibraltar” en Azkoitia o el euskerizado “Gibiltar” en Dima, fuente de relatos de mitología vasca. En tiempos de la Segunda República, los socialistas hablaron de Euskadi como el “Gibraltar vaticanista”. ¡Cómo cambian los tiempos, de creer las estadísticas del CIS sobre ateísmo en la CAV!
Gibraltar es el trocito de la España irredenta para muchos españoles, el icono del patrioterismo. “Siempre ha sido España”, se dice. No voy a discutir en estas líneas en qué momento histórico surge el concepto de “España”, así que siendo generoso, muy generoso, lo podemos asimilar a Castilla. Pues es precisamente el Duque de Medina Sidonia quien, en nombre de Castilla, lo conquista a los Nazaríes, o sea a los musulmanes del Reino de Granada en 1462. Teniendo en cuenta que la armada británica, junto con tropas holandesas, conquista el peñón en 1704 durante la Guerra de Sucesión, concluiremos que Gibraltar fue español durante 242 años, mientras que los británicos llevan ya allí 311 años. Por cierto, que con los ingleses iban 350 voluntarios catalanes que desembarcaron en la playa de La Caleta, desde entonces conocida como Catalan Bay.
No seré yo quien diga que una cuestión de más o menos años puede dirimir el contencioso. Pero, desde luego, que tampoco se pueden esgrimir como mazas tratados internacionales o proximidades geográficas.
Es el yanito, por cierto, un pueblo muy variado, tanto en su origen, pues además de británicos y andaluces nos encontramos con viejas poblaciones venidas de Génova y Malta en el siglo XVIII (los bandos se hacían en inglés, castellano e italiano), como en el plano religioso, pues conviven hombro con hombro católicos, protestantes, musulmanes, judíos e hindúes. De hecho, la mayoría de la población española se trasladó fuera del peñón con pendón, imágenes de santos y archivo a la ermita de San Roque, donde se creó el pueblo del mismo nombre.
Desde Madrid se suele afirmar que los territorios no tienen derechos sino sólo los ciudadanos. En mi opinión, la frase debería ser matizada (en el sentido de que los derechos territoriales son de las comunidades que los habitan) pero, ya que la repiten una y otra vez desde Madrid, deberían ser consecuentes con ella. Si son los ciudadanos los que tienen derechos, debería respetarse la voluntad de estos acerca de la institucionalización del lugar en que viven.
Ni siquiera se quiere escuchar. No parece una actitud democrática que el propio García Margallo obligue a los organizadores de una conferencia del Ministro Principal de Gibraltar en Madrid a cancelarla. ¿Desde cuándo un gobierno considerado democrático se dedica a impedir la libertad de expresión ejercida de manera pacífica y respetuosa? Vergonzoso. Pero esto no es el Reino Unido. This is Spain. Tampoco parece normal que en una rueda de prensa conjunta del Secretario de Exteriores del Reino Unido y del ministro García-Margallo se pretendiera por parte del Ministerio negar la entrada a la misma a la prensa gibraltareña.
¿A qué viene este grado de inquina? Si los demás actuáramos de esa manera tan sectaria con los que están enfrentados frontalmente a la idea de una Euskadi soberana en Europa, me iba a ahorrar muchos saludos y apretones de manos en Las Cortes. ¿Qué dirían de nosotros si quisiéramos forzar a los navarros a una unión con la CAV por encima de la voluntad democrática de aquellos? Por favor, mírense en el espejo algún día. Alguno igual descubre que aún lleva puestos los correajes.
El Gobierno Rajoy ha decidido que no dialoga. Que va al enfrentamiento se perjudique a quien se perjudique. Lo de “Santiago y cierra España” da votos en Madrid. Son así.
Han decidido forzar unos controles en la verja que obligan a la ciudadanía a pasarse horas para cruzarla en horas punta. Y los mayores perjudicados son los trabajadores españoles que tienen su trabajo en Gibraltar. Ellos son los que cruzan todos los días. La zona del Campo de Gibraltar es una de las de mayor paro en España. Con muchas gentes que malviven pasando un cartón de cigarrillos por la frontera. Gibraltar, con su status jurídico, es un enclave rico en el que la banca, el comercio, los negocios florecen. ¿Por qué no llegar a acuerdos con Gibraltar para que invierta al otro lado de su frontera? ¿Por qué no facilitar el traslado y contratación de más trabajadores españoles por empresas gibraltareñas? ¿Por qué no llegar a acuerdos en la creación, financiación y uso conjunto de infraestructuras, desde aeroportuarias hasta hospitalarias pasando por las deportivas? Bien conocen todo esto algunos alcaldes de la zona, que no comparten en absoluto el radicalismo del gobierno de Rajoy. Sin que nadie renuncie a su ideología o sus objetivos, ¿por qué no puede hacerse en el día a día una política de acuerdo que redunde, para eso debería ser la política, en beneficio del ciudadano?
Así que puesta en situación de combate político, España ha lanzado una serie de acusaciones, lo más variadas posibles, sobre Gibraltar: que han echado al mar unos bloques de hormigón en aguas españolas impidiendo la pesca, pero no se dice, más allá de que la jurisdicción sea discutible, que la legislación andaluza prohíbe expresamente la pesca en esa zona; que se blanquean capitales, pero no se dice que los requerimientos al Ministerio de Hacienda para intercambiar datos a fin de investigar no son contestados, ni que hasta ahora las resoluciones europeas han sido favorables a los yanitos; que se contrabandea con tabaco, pero no que quienes lo hacen son españoles ni que el precio del tabaco en Gibraltar es superior al de las Islas Canarias; que son un peligro los buques-tanque en la zona, pero no se dice que un exministro español tiene participación en ellos y que algunos se encuentran en aguas españolas. Se ha llegado incluso a hablar de narcotráfico sin que se haya aportado ninguna prueba. No sé si en el futuro aparecerá algún escándalo de este tipo. Pero hasta ahora se acusa sin pruebas y con generalidades. Y eso no debería producirse nunca, aún menos entre Estados que se consideran socios y amigos europeos.
Los gibraltareños no son hoy una colonia. España se equivoca al tratarlos como tal. Su día a día no depende de Londres. Nadie les ha regalado nada. Tampoco el gobierno del Reino Unido, que si no fuera por ellos quizá para esta fecha habría llegado a algún acuerdo sobre la roca con los españoles. Pero aquello no es sólo un trozo de tierra sobre cuya jurisdicción estableció unas cláusulas el Tratado de Utrecht. Es un lugar habitado por personas. De ahí el compromiso adquirido por el Gobierno británico de abstenerse de suscribir acuerdos por los que el pueblo de Gibraltar pase a la soberanía de otro Estado en contra de su voluntad expresada libre y democráticamente. Lo esperable de un país que acepta un referéndum sobre la independencia escocesa.
España debería saber que en el siglo XXI ya no sirven los acuerdos de reyes en torno a una mesa para cambiar los mapas. En el siglo XXI es la voluntad del pueblo la que debe imponerse. Ese debería ser su camino: convencer democráticamente a los yanitos. Y a los vascos. Si sabe y puede.