dice el refrán que es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio, pero en ocasiones, y especialmente en lo que al aspecto físico se refiere, nos resulta más sencillo ver la paja en el propio ojo que la viga en el de los demás. Parte de la culpa, según un reciente estudio científico, la tiene una disfunción cerebral que, al menos entre el sexo femenino, hace que el espejo nos devuelva una imagen distorsionada de nosotras mismas. Así, vemos a nuestras amigas, compañeras o vecinas más delgadas, más altas y más guapas que nosotras, pese a que, en realidad, no siempre salgamos perdiendo en la comparación. Pero no toda la culpa la tiene este mecanismo cerebral engañoso. La creciente competitividad social también nos lleva, a menudo, a querer destacar en el terreno profesional y económico. Tal vez esta necesidad de lograr a toda costa el tan ansiado reconocimiento público sea lo que ha llevado a Anna Allen, esa actriz y gran artista del Photoshop que ya ha sido rebautizada como la pequeña Nicolasa de las alfombras rojas, a colocar su rostro junto al de algunos de los actores más reputados de Hollywood para fingir un éxito nunca conseguido al otro lado del charco. ¿Pero merece la pena exponerse a semejante escarnio público solo por presumir de una posición social nunca alcanzada? Si la respuesta mayoritaria es sí, es obvio que algo estamos haciendo mal.