‘Posnacionalismos’
1. HABERMAS. En el origen del posnacionalismo está el filósofo alemán Habermas, que desarrolló el concepto de la identidad posnacional en el marco de lo que se llamó “disputa de los historiadores” (1986). Frente a la tesis de los que defendían que el nazismo alemán fue una reacción contra el comunismo, Habermas sostuvo que el régimen nacional-socialista derivó de las ilusiones y la confianza creadas en torno a un relato triunfal de la nación alemana, cuyo origen situó en la tradición cultural alemana del XIX que conectó con el público culto y que se habría mostrado contraria al universalismo ilustrado.
Para Habermas, “es esta base de confianza la que quedó destruida con las cámaras de gas (nazis)” y “desde entonces no es posible una vida consciente sin desconfiar de toda continuidad (nacional)”. A partir de esta posición, Habermas rescató la idea de patriotismo constitucional del politólogo Dolf Sternberger, referida a una conciencia patriótica identificada “con el orden político y los principios constitucionales”, que desconecta el estatus político de la “identidad cultural común”. Así, este corte entre identidad política y nacionalidad cultural daría lugar a una nueva conciencia posnacional, abierta ya al universalismo de los derechos humanos.
2. TRASPOSICIÓN. Gaizka Fernández Soldevilla, autor de la tesis ETApm, EIA y EE (1974-1994), cita a Ramón Jáuregui para sostener que la transposición española de la idea posnacionalista fue inspirada por Jon Juaristi. De hecho, Juaristi ofreció una conferencia en el Aula de Cultura de El Correo (1989) bajo el título Posnacionalismo que después fue recogida en la obra Auto De Terminación, publicada unos años más tarde (1994). Aunque en ningún momento de ese texto cita a Habermas, Fernández Soldevilla da por hecho que esta reflexión de Juaristi es deudora de aquel. Eso es lo que se deduce de la lectura de algunos de sus enunciados más importantes: “no es condición precisa para la existencia del posnacionalismo la desaparición de los vínculos nacionales, sino solamente la subordinación de los mismos a nuevas formas de vertebración social”.
La incorporación posterior del término y su significado al discurso político de los socialistas vascos fue ya obra de Mario Onaindia y del propio Ramón Jáuregui. El posnacionalismo del PSE se formuló de manera ingeniosa para hacerlo atractivo en el contexto vasco. Jáuregui evitó proyectar en Euskadi la confrontación y el corte radicales entre la tradición nacional antihumanista e identidad política ilustrada que planteó Habermas, imagen claramente improcedente en Euskadi. Por eso, la fórmula elegida expresaba que “la misión histórica del nacionalismo político estaría en trance de ser cumplida? estaríamos entrando en una fase, más o menos dilatada, en la cual la identidad nacional y el sentimiento que origina se estarían agotando en tanto que motores de un movimiento de reivindicación política”.
Hay razones que hacen comprensible el recurso a la sutileza en el lenguaje utilizado. Por una parte, era y es imposible cuestionar la identificación de la tradición nacionalista vasca con el universalismo moral de los derechos humanos. Desde Agirre (1942), los nacionalistas se saben en la obligación de posicionarse “en la lucha ideológica más profunda que ha tenido la humanidad”, siempre al lado de los que defienden un mundo regido por normas que respetan la dignidad humana y que facilitan la convivencia entre los pueblos. El discurso posnacionalista de Jáuregui pretendía también reflejar la imagen de una transición vasquista del PSE, tras una absorción del sector oficial de EE que defraudó las expectativas que muchos de sus militantes habían depositado en una convergencia que concluyó sin ser tal. Por último, no hay que olvidar que en ese momento PNV y PSE estaban gobernando juntos en todas las instituciones políticas y que sería incomprensible una ofensiva ideológica frontal contra un nacionalismo con el que se pretendía seguir colaborando. Pero, tal y como se ha puesto de manifiesto en el proceso subsiguiente, el posnacionalismo no dejaba de ser una nueva vestimenta de un viejo proyecto, dar por finalizado el desarrollo nacional vasco (“el hecho nacional/diferencial vasco ha sido virtualmente asumido, y las principales reivindicaciones históricas que desde él se planteaban satisfechas”). Jáuregui se valió del discurso posnacionalista para competir en las elecciones vascas de 1994 y, tras su fracaso (perdió 80.000 votos entre 1986 y 1994), pronto abandonó el relato posnacional.
3. ANALOGÍAS ‘POSNACIONALISTAS’. Lo que autores de la todavía autodenominada izquierda abertzale están presentando ahora como independentismo no nacionalista tiene los mismos mimbres políticos que el posnacionalismo de aquellos primeros 90 del siglo pasado. Si entonces Jáuregui proclamó que “el hecho diferencial/nacional ha sido virtualmente asumido”, ahora se dice que “el hecho histórico/diferencial está agotado” o que es un freno para el independentismo, convertido este en un objetivo liberado de vínculos con la causa nacional. Ahora se afirma categóricamente la esterilidad de defender esta causa y que “las proclamas de euskaldunidad que carecen de potencial de liberación” pueden inducir al despiste de la gente”. La analogía con los posnacionalistas de finales del XX es casi literal en este punto, ya que aquellos significaban que “el sentimiento nacional está agotado como motor de liberación”.
La alternativa que definen estos autores de hoy es un independentismo universalista, aplicable de manera indiferenciada a cualquier colectivo o sujeto que lo plantee. Es decir, el universalismo residiría en la encarnación de la caricatura de Hastings, “estamos aquí porque estamos aquí”, como legitimación universal del derecho a decidir. El planteamiento tradicional del nacionalismo vasco, sin embargo, sigue la línea del lehendakari Agirre, que siempre manifestó “la necesidad de que los pueblos con voluntad nacional sean libres o puedan llegar a serlo, para que ejerciten el elemental derecho a la continuidad”. Una fórmula, que sin dejar de ser particularista, es de significado claramente universalista, ya que viene a postular la realización de la paz y la justicia mundiales en un marco de convivencia de personas y pueblos libres.
Este nuevo sujeto político que proponen los creativos de la izquierda abertzale no es nacional, y encajaría perfectamente en el paradigma posnacionalista del citado Juaristi, que convendría recordar de nuevo: “no es condición precisa para la existencia del posnacionalismo la desaparición de los vínculos nacionales, sino solamente la subordinación de los mismos a nuevas formas de vertebración social”. Lo que lleva a resaltar la principal analogía de los dos posnacionalismos, someter la idea nacional al interés de la confrontación pura y dura.
4. IDENTIDAD NACIONAL O IDENTIDAD NO-NACIONAL. En Euskadi, nadie en sus cabales defiende una identidad nacional que sea monolítica o que no sea acomodable a las nuevas demandas personales y sociales, actualizándose con naturalidad a través de una constante dialéctica entre continuidad y cambio. Otra cosa es que lo que estas corrientes posnacionales se plantean. Hablemos claro, se trata de combatir la causa nacional o, como mínimo, de renunciar a defenderla.
La idea de una independencia no-nacional no es nueva, ha sido formulada y reformulada -siempre por los teóricos de la izquierda abertzale- en múltiples ocasiones. A veces, como independencia de clase, cuando se decía que podía ser compatible con una superior unidad en el ámbito de un socialismo de ámbito hispánico. Acaso por esto, algunos de los creyentes en el posnacionalismo llegaron a esta nueva creencia a partir de una evolución desde aquel punto de partida. De ahí, las indudables concomitancias discursivas entre ambos, y de su punto esencial de acuerdo que, dicho a la manera del Jon Juaristi de 1989, es “subordinar la causa nacional vasca a otras formas de vertebración social”. Formas que, no nos llevemos a engaño, también aspiran a ser creadoras de identidades concretas.
Si se quiere una movilización no-nacional fundante de una realidad independiente, parece claro que se busca que la identidad del colectivo movilizado se construya en torno a unas características no-nacionales vascas. Y que de esta nueva identidad se espera que persiga y logre sus propios desarrollos sociales, culturales y políticos a fin de que la refuercen en la totalidad de la realidad social bajo su jurisdicción. Y de la que no cabe esperarse, por lo tanto, que favorezca un desarrollo en un sentido nacional que pueda desplegarse en el conjunto de este país. Y esto ocurrirá así, por mucha expectativa que depositemos en la movilización no-nacional, dando erróneamente por sobreentendido que lo nacional prevalecerá después por pura inercia. Por mucha independencia que aquella movilización buscara o fuera a conseguir.