Al final Cameron se ha quitado la careta. Ayer eligió Aberdeen, la capital europea del petróleo para pronunciar su discurso final antes del referéndum en Escocia. Es natural, ya que es la ciudad con más millonarios per cápita y menos desempleo (2%) de todo el Reino Unido. Es lógico porque es la manzana del deseo que se baraja en estas elecciones. Los pozos se descubrieron bajo el Mar del Norte a finales de la década de los sesenta, y desde entonces ha proporcionado al fisco del Reino Unido un cuarto de billón de euros en ingresos. El petróleo potenció al Partido Nacional Escocés (SNP) que logró entrar en la Cámara de Westminster con once diputados en 1967.

El combustible que aún queda en los fondos de las islas Shetland es la clave principal de esta pugna electoral. Según los unionistas, los yacimientos petrolíferos de Escocia se están agotando y durarán muy poco, pero según el líder independentista Salmond, “siendo muy pesimistas hay reservas para otros 30 años.”. Llueve sobre Aberdeen, y las palabras se escurren por los oídos, empapando voluntades que ya han tomado una decisión. Si hoy vence el se pondrá en marcha una maquinaria imparable por ningún gobierno central, ni siquiera por la propia Unión Europea. El referéndum de Escocia será el punto de inflexión, el banderín de enganche de los demás pueblos y nacionalidades sin Estado de Europa. Cameron anunció en Aberdeen que “si triunfa el será un divorcio en toda regla que romperá el paisaje que ha existido en el Reino Unido en los últimos 300 años. Es una decisión que puede romper nuestra familia de naciones”. Al mismo tiempo, Alex Salmond aparecía en el aeropuerto de Edimburgo rodeado de un grupo de empresarios independentistas, asegurando: “Hoy disponemos de la única oportunidad que va a tener esta generación para hacer historia”. Las urnas se abrirán mañana a primera hora. Todo el mundo estará en Escocia, y Euskadi ocupará silla de primera fila.