La ponencia parlamentaria de paz y convivencia
EL pasado día 14 de este mes fue testigo de un acontecimiento lamentable y significativo en la sede del Parlamento Vasco. Era el día señalado para constituir la Ponencia de Paz y Convivencia, prevista para aquella fecha. La presidenta de la Cámara se vio en la necesidad de aplazar sine die la realización de aquel objetivo, como consecuencia del enfrentamiento creado por la calificación dada por Laura Mintegi a las víctimas mortales de ETA, definidas como de "origen político". Una denominación que en opinión de los representantes de los demás partidos, sobre todo del PP, pretendía diluir la responsabilidad de ETA sobre estas víctimas.
Hemos calificado el hecho de lamentable y de significativo. Lamentable porque impidió que se llevara a cabo algo que el pueblo considera que es un instrumento útil y eficaz para su progresiva normalización. Pero también de significativo, en la medida en que nos debe llevar a reconocer y a enfrentarnos con la "verdad" de la realidad que está detrás de la utilización de unas palabras desgraciadas por desacertadas.
Las palabras que utilicemos en materias tan graves como las que con ellas estamos aludiendo, no deben utilizarse para encubrir la verdad objetiva de unos hechos, ni para desfigurarla en función de la propia ideología o los propios intereses. ¡Ojalá el aplazamiento pueda servir para corregir un lenguaje desacertado y formular el contenido común de la verdad que sea el fundamento de la paz que la ponencia quiere promover!
No nos toca entrar aquí en la discusión del mayor o menor acierto de tratar conjuntamente o por separado los temas de la paz y la convivencia, de una parte, y de la memoria o las "memorias históricas", de la otra. Queriéndolo o no, lo cierto es que las personas reunidas el día 14 para abordar el tema de la realización de la paz y la convivencia se encuentran ahora con la necesidad de enfrentarse con el tema de la verdad, más allá de las verdades parciales y la diversidad de las "memorias históricas".
La verdad que fundamenta la paz en la justicia no será nunca la suma de la mera yuxtaposición de las diferentes memorias o verdades parciales. No. No será esa la verdad de nuestro pueblo. A no ser que queramos que ese pueblo persista en la división de pueblos sostenidos por sus verdades particulares, necesariamente tenemos que buscar la verdad que sea de todos y para todos.
Es incomprensible e intolerable que se pueda admitir la afirmación de que, si no hay una verdad compatible, se puedan incluso pactar "mentiras tolerables".
La verdad de los hechos y también la de las memorias, no puede quedar reducida a una mera narración de lo ocurrido. Existe la verdad de lo que ha sucedido, pero no es ésa la única verdad. Si queremos conocer la verdad que humaniza la historia, es necesario que a esa verdad objetivamente conocida incorporemos la dimensión de la verdad de la valoración que esa realidad objetiva nos merece. La verdad de la valoración de los hechos. Si esos hechos están bien o mal, son justos o injustos. También es ésa una parte de la dimensión humana de la verdad. Hay que partir de lo que ha sucedido y desde ahí avanzar en busca de la valoración de lo sucedido. Podremos no estar de acuerdo en el momento de esa valoración, en razón de las diferencias que tenemos sobre los principios o los valores éticos que inspiran nuestras actuaciones.
Pero es mejor para la convivencia entre las personas y los pueblos saber que no estamos de acuerdo en la valoración ética de lo sucedido, que caer en la mentira y el engaño de ignorar tales valoraciones, mediante el recurso de desfigurar los hechos. Ello equivaldría a pretender construir el futuro desde una doble mentira: la mentira de la deformación de la historia que fue y la mentira de los fundamentos que han de dar consistencia a una auténtica convivencia democrática.
En la necesidad de realizar una valoración de los hechos, hacemos alusión a la dimensión ética de la convivencia. Son diversas las implicaciones que en cada uno de nosotros esa alusión ética produce. También aquí es necesario ir más allá de lo que las palabras, quizás mal utilizadas o malgastadas, sugieren. Queremos una convivencia justa y nos repugna la mentira y nos indigna el egoísmo contrario a la solidaridad. Quedémonos con estas exigencias éticas, verdad, justicia, solidaridad, y llenémonoslas de contenido concreto. Ésa es la tarea a realizar desde la convivencia en la paz, sea cual fuere el nombre que demos a esas exigencias.
Difícil, pero hermosa tarea la que tienen por delante los miembros de la ponencia. Habrá de enfrentarse con exigencias, aparentemente contradictorias, pero reales. Sin recurrir al silencio cómplice que quiera encubrir en el olvido, realidades y situaciones que deben ser reparadas y curadas desde sus raíces. Incluso mediante el recurso a un perdón capaz de ennoblecer a quien lo ofrece y también a quien lo acoge.
Será necesario esclarecer la verdad de realidades ocultas e incluso ocultadas. Y sobre todo habrá de trabajar al servicio de la normalización de las situaciones que se han creado por las diversas formas de violencia armada. En particular, las relativas a las víctimas injustas y a los presos, sin que esto se interprete como una infundada equiparación.
La normalización de la convivencia exige también el tratamiento del llamado "problema vasco", a partir del ejercicio de las libertades democráticas. Algo que no se debe impedir por la falsa acusación de que el objetivo oculto pero real no es otro que el de prestar cobijo a ETA.