No he vuelto a ver una porra tan de cerca como el día en que a los compañeros de clase, no sé por qué puñetas, nos dio por hacer una sentada en el rectorado de la uni. Creo que era el 93. Estábamos con las posaderas pegadas a la baldosa, y yo, que siempre he sido bastante tonto para estas cosas, me encontré de golpe situado a los pies (y de espaldas) de unos señores armados que habían entrado vete a saber tú por dónde, cuando creíamos que allí solo había una puerta de entrada y estaba cerrada. Recuerdo que el cabecilla de aquella panda de macarras nos dio no sé cuántos segundos para levantarnos "por las buenas". Cinco, cuatro, tres, dos, uno... cuando sentí el airecillo de las primeras porras levantándose, salí a la mismísima velocidad del tocino, que no sé cuál es, pero lo cierto es que el elemento que más cerca estuvo de golpearme fue una de las maletas que los ertzainas tiraron por el hueco de las escaleras. Desde entonces, y salvo un día de derbi (Real-Athletic) en que la Policía Nacional se emocionó y se metió hasta La Mejillonera, en la calle Puerto (me pillaron comiendo patatas bravas), no he tenido yo más encuentros con los señores estos que siempre actúan de forma "impecable" y solo zurran cuando se les agrede. Últimamente, por cierto, se les ve mucho de jarana, dando merecidas ostias a quienes desafían el statu quo, ya sea por rodear el Congreso, decir que vas a convocar un referéndum (para esto también hay tanques), no irte a casa cuando te lo ordenan o protestar porque te están jodiendo la vida. En realidad, solo mosquea si lo piensas.