La sombra del político preso es alargada
Había unos analistas internacionales independientes, A II, del proceso de aplicación de la Ley de Partidos española (eledepé) que me recordaban a los clientes de aquel restaurante cuyo ayudante de cocina casi siempre tenía alguna heridilla o agrietamiento en los dedos de las manos, y no era anormal que encontraran alguna tirita revuelta entre la ensalada. La eledepé había supuesto para mí como un monumento al indicio en detrimento de la prueba; en otras palabras, me había parecido como una tortilla con mucha patata de relleno para un solo huevo de sustancia. Yo siempre había creído que si de lo que se trataba era de afinar la justicia en relación con algunas actuaciones de los grupos de la izquierda radical abertzale, era un error la solución de pasar la justicia por un tren de laminación. Para mí, la eledepé había sido una especie de achilipú que desdibujó el Parlamento Vasco y el Parlamento navarro, que había destejido el debate democrático de este pueblo al quitarle todo el hilo correspondiente a un determinado color. Debilitando así las tonalidades afines, pues ya conocemos que toda ética encierra en sí su propia estética.
Yo temí que a lo largo de su recorrido la eledepé podría llegar a convertirse en un colador para rehabilitar la figura del preso político en el Estado español. Dicho de otra manera, temí que esta Ley llegara a convertirse en una especie de salvoconducto para legitimar la captura y encarcelación de ciudadanos por ideas políticas. Con la ayuda, con el colchón de unos medios de comunicación celosos de acallar en nosotros cualquier resquicio de mala conciencia. El día 20 de octubre de 2011, día en que se detuvieron las causas que habían originado esta ley, fue también el día en que se demostró palpablemente que las declaraciones de conocidos inculpados y encarcelados todavía hoy eran verdaderas, y no falsas como pretendía la justicia. Que sus motivaciones a favor de la pacificación definitiva habían sido absolutamente sinceras. Que la voluntad de sus actuaciones no era merecedora de castigo. ¿Quizás por eso llegué a la conclusión de que siempre tendrán que existir personas que avancen los procesos resolutorios de conflictos muy graves a las que se les acaba condenando, de que, desde la cárcel, su sombra alargada nos llega a todos?