CUANDO Yolanda Barcina dejó su puesto de alcaldesa, no se presentó al público con las manos vacías, sino con todo un balance. No se habían creado durante su mandato puestos fijos de trabajo, que son un empleo de calidad y estable; aunque, a cambio, eran legión los oficios de designación personal y arbitraria (asesores, expertos, etcétera). Ahora sostiene que hay que hacer más con menos (nuevo sonsonete de nuestros dirigentes forales) y parece que habrá menos puestos de los de a dedo, pero la filosofía de fondo permanece intocable: nada de crear trabajo desde las instituciones públicas, sino destruirlo, como se está haciendo con la privatización de sectores de la sanidad o con los docentes interinos de cuyos servicios irresponsablemente se ha prescindido.

Se acostumbra a presentar todo esto con una palabra mentirosa: ahorro. Hemos o se ha ahorrado tanto (cuatro millones de euros en el cómputo de las recortadas oposiciones de la sanidad foral), se suele repetir a ver si alguien comulga con esas ruedas de molino ofrecidas por la consejería del ramo. Y, desgraciadamente, los hay que abren la boca con esa imposible esperanza, porque resulta que semejantes tamaños eucarísticos no caben en nuestras estrechas fauces.

La deuda española no la ha generado la Administración pública ni esa tontería asaz reiterada de haber vivido por encima de nuestras posibilidades: ¿quién, quiénes, lo han hecho, los millones de los hoy parados? Y si alguien ha incurrido en dispendios impropios, ¿de dónde ha sacado tan pródigo dinero? ¿no será que han recibido en tales casos -como así ha sido- créditos sin garantías? Hay que mirar hacia otro lado, por ejemplo, a los 7.500 millones de euros con los que el Banco de España ha tenido que responder por el agujero de las últimas tres cajas de ahorro asfixiadas por políticas irresponsables. Cantidad que seguramente incluye las indecentes indemnizaciones millonarias de varios de sus altos cargos. ¿Sabía usted que lo adelantado por el Estado español a la banca con problemas es una cantidad similar a la del primer rescate de Grecia? (unos 90.000 millones de euros si no falla la memoria).

Por cierto, ¿para cuándo una información nítida y verosímil de lo actuado en Caja Navarra? ¿Y de sus responsabilidades políticas? ¿Qué hicieron allí los políticos navarros presentes en sus órganos? ¿qué pasó con los activos líquidos, sólidos o gaseosos en Banca Cívica?

Se ha hecho ya muy popular la imagen de la tijera como símbolo de la protesta laboral contra los tajos, sobre todo en la sanidad y en la enseñanza, que se dan por toda la piel de toro. Pues bien, nuestras autoridades, también el Gobierno de UPN (y ¡ay! de los socialistas navarros) se empeñan, pues como a tontos nos tratan, en que veamos allí una hucha, una alcancía en forma de cerdito donde van a parar nuestros impuestos y nuestros ahorros. Esto es, nos aseguran, para garantizar el funcionamiento del Estado del Bienestar o el Estado social del que habla la Constitución. Pero, cualquier ser que mínimamente discurra se puede hacer las siguientes preguntas: ¿cómo va a funcionar bien la enseñanza con menos profesores, sobre todo si crece el alumnado? ¿Qué universidad pública navarra vamos a tener si se le quitan a la UPNA cuatro millones de euros del presupuesto? ¿cómo se va a combatir el paro si se destruyen todos los días puestos de trabajo de la ya deliberadamente menguada oferta pública?

Así que la realidad es terca, no hay tal cutito ahorrador de nuestras autoridades sino unos recortes de tomo y lomo, por lo que el aparato simbólico perfecto para expresar tal poda social es la tijera. Tal y como lo han percibido las personas afectadas por todas estas antisociales políticas.

Nuestro pequeño mundo foral, con todo, forma parte del planeta tierra y las ideas ultraconservadoras en materia económica no han nacido aquí ni ahora. Entre estas ideas, hoy desdichadamente compartidas por los antiguos partidos socialistas, hay una bastante nefasta: el achique constante del Estado, la demolición de las instituciones públicas que redistribuyen la riqueza social. Naomi Klein, que no en vano es hoy una de las visitadoras ilustres de los indignados de New York, escribió un interesante libro titulado La doctrina del shock, que en castellano lleva el subtítulo de El auge del capitalismo del desastre (Paidós, Barcelona, 2007). La obra es un tanto unilateral y tremendista, y tiende a destacar que el capitalismo neoliberal aprovecha los momentos de shock (la destrucción del sistema soviético, por ejemplo) para redondear sus buenos negocios. Pero el de Klein también es un trabajo sólido que proporciona una cantidad de buena información impresionante.

En el caso de Chile, Klein subraya que, antes de la dictadura de Pinochet, varios economistas chilenos se formaron -y fanatizaron- con la obra neoliberal de la Escuela de Chicago. Estudiaron allí y volvieron al cono sur americano para reproducir todas aquellas propuestas: privatizaciones, deificación de los mercados, sacralización de la oferta y la demanda, bajadas de impuestos o ausencia de los mismos y, sobre todo, ¡menos Estado! Desmantelamiento de lo que había en sentido social e impulsión de privatizaciones por doquier.

El resultado de la privatización de la enseñanza chilena está hoy a la vista de todo mundo y en todos los telediarios: las familias endeudadas de por vida para pagar los estudios de los hijos e hijas, huelgas y desmanes públicos, con enfado social permanente allí donde los abismos económicos entre pobres y ricos no han hecho sino ahondarse.

Nuestros políticos forales con mando en plaza no saben sino seguir esas mismas anticuadas y sectarias consignas: sobre todo, la de achicar el Estado, empequeñecer y debilitar el lado social de la Administración pública. Castigar la enseñanza y la sanidad como primeros objetivos de su fanatismo económico. Si los cuadros del futuro, quienes tienen que levantar la economía, son quienes se han de formar hoy, y se ponen gruesas piedras en el camino de los profesores y la educación, está claro que estos poderes económicos (así como los políticos que los dirigen) han optado, lo dice el premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, por prologar los sufrimientos de la población y por la lentitud de una lejana recuperación económica (El País, 9.10.2011). No es ninguna causalidad, pero hace tiempo que nuestros políticos no nos hablan ya de educación e I+D+i como remedios veraces para salir de la crisis. Ahora se trata del cinturón apretado (cuando ya no hay más agujeros en esa sobada correa) y de unos sacrificios sin cuento, que, a lo que se ve, no incluyen en Navarra el reintegro de las sustanciosas dietas que algunos capitostes cobran como inmerecido sobresueldo en los consejos de administración correspondientes.