el terremoto que ha asolado Haití y que se ha cebado con la ciudad de Puerto Príncipe y sus habitantes es una tragedia añadida en un país en el que acampa la pobreza y sobrevivir es un reto diario. Antes de que sucediera este cataclismo, la ONU había advertido de la crisis humanitaria de un país que pasa por ser el más pobre y desafortunado del hemisferio occidental, donde combatir el hambre ya era un asunto de urgente actuación y en el que las dotaciones son tan escasas que ni hay hospitales preparados para atender a las víctimas ni maquinaria adecuada para trabajar con garantías en el rescate de posibles supervivientes entre las montañas de escombros. Restos de edificios de mala construcción que han caído como castillos de naipes ante un seísmo fuera de lo normal, pero similar en magnitud a otro medio centenar que regularmente se repiten cada año en el planeta, aunque provocan menos daños porque se localizan lejos de zonas habitadas o cerca de poblaciones con buenas construcciones. Ni lo uno ni lo otro coinciden en Haití. Al contrario, la isla soporta la presión de una red de fallas terrestres que en esta ocasión han dejado un paisaje apocalíptico con alrededor de cien mil muertos, aunque será difícil obtener una cifra exacta. La ayuda internacional, movilizada con la rapidez que da la experiencia en este tipo de catástrofes en los últimos años, lucha sobre el terreno contra el caos de un país ahora roto en todas sus costuras y antes apenas sujeto por unos hilvanes. Porque Haití, tan acostumbrado a la mano militar de decenas de dictadores que han acaparado el poder, no ha logrado levantar un Estado sólido; no hay instituciones bien apuntaladas, no hay una clase política de referencia. En este escenario, en el que ya han comenzado los saqueos y la anarquía ha encontrado su caldo de cultivo, las mafias (sobre todo las relacionadas con el narcotráfico) se habían asentado aprovechando el vacío de autoridad al que trataban de poner coto las fuerzas de Naciones Unidas. Sobre esa isla están volcados ahora todos los esfuerzos de cooperación internacional; el compromiso de auxilio debería continuar, cuando se restañen las heridas, con el empeño de reconstruir un país que nunca ha llegado a echar sus cimientos.