Independientemente del resultado del injusto e irrazonable televoto, Blanca Paloma triunfó el pasado sábado en el Festival de Eurovisión que debía celebrarse en Ucrania, pero que la maldita guerra desplazó a Liverpool. La cantante nacida en Elche, con una voz y presencia incuestionables, regaló a los más de 4.839.000 espectadores que siguieron el certamen por el primer canal de TVE una actuación de máxima calidad, y lo más importante: un sobresaliente relato escénico. Sobre todo si comparamos la clase de la ganadora del Benidorm Fest 2023 con actuaciones tan inclasificables como las de Croacia o Alemania. Pero como bien saben los eurofans, todo es posible en el Festival de festivales. Y aunque sí se vienen cumpliendo los pronósticos de las apuestas oficiales en cuanto al posible ganador o ganadora de cada año (Loreen y su Tattoo, por ejemplo, coparon el primer puesto desde que Suecia celebró su Melodifestivalen), lo cierto es que el resto de vaticinios, pronósticos o sensaciones están sometidos a variables incalculables. 

Y en el fondo, aquí mismo reside la magia de Eurovisión. Aunque nos disguste y desconcierte en cada una de sus ediciones, el mayor espectáculo audiovisual del mundo (por encima ya de la gala de los Oscars, en inversión y audiencias) no engancharía tanto sin esa sensación de que todo puede suceder. De que no tienen porqué coincidir las sensaciones de los jurados profesionales con el todopoderoso televoto, capaz de desdibujar el tablero en sólo quince minutos. Un juego de tronos musical que experimentó en sus propias carnes hace 25 años la diva Dana Internacional.

Cinco lustros exactos acaban de cumplirse esta semana desde aquella inolvidable noche en la que, contra todas las fuerzas del establishment israelí y ante una enorme expectación, esta poderosa mujer ganó Eurovisión. Y lo hizo con el tema Diva, siendo la primera persona transgénero en presentarse al festival, ocasionando un gran ejemplo en su país, en el mundo, y en el propio certamen, que (todo sea dicho) siempre ha sido faro y bandera de respeto, tolerancia y libertad. La ultraortodoxia israelí llegó a calificar entonces a Dana como el demonio e incluso recibió amenazas de muerte. Pero nada impidió la victoria en el primer año en el que, por cierto, se usó de manera masiva el voto telefónico.