Decía Mark Twain que la historia no se repite, pero rima. Pocas ciudades del mundo poseen más eco histórico que la capital de Baviera, Múnich. Este fin de semana la ciudad acaba de hacer honor a su simbolismo histórico al albergar la jornada más polémica y decisiva de la Conferencia de Seguridad que se celebra desde hace años en la capital bávara. Tres días en los que hemos sido testigos del nacimiento de un nuevo orden mundial, una vez más, cómo no, en Múnich.

Las aceras empedradas de Múnich reflejan la historia reciente de Alemania y de toda Europa. Allí se concentraron todos los críticos de la paz surgida del Tratado de Versalles, después de la Primera Guerra Mundial. Uno de los veteranos de esa guerra, Adolf Hitler, utilizaría las cervecerías de la ciudad para dar cuerpo al movimiento que cambiaría el mundo entero, el nacional-socialismo. Serían aquellos nazis los que intentarían su primera toma del poder en la misma Munich, el mítico putsch de la cerveza. El fracaso de aquel golpe hizo famoso al movimiento y proporcionó el tiempo necesario en la cárcel para que Adolf Hitler plasmase su ideología en el Mein Kampf, libro que ya presagiaba el horror que aquel movimiento estaba a punto de desatar.

Un horror que pudo haber sido evitado en el Congreso de Múnich de 1938. En esta conferencia internacional se trató de parar los pies a un Hitler en el poder ya que, tras hacerse con la cuenca del Ruhr dos años antes y la anexión de Austria el año anterior, ponía en el punto de mira a Checoslovaquia con la excusa de defender a la población de origen alemán que había en el país. Francia y Gran Bretaña prefirieron calmar al dictador alemán dándole la opción de anexionarse a los Sudetes, la región donde se concentraban la minoría alemana de Checoslovaquia. Menos de un año después la apuesta había fracasado y estallaba la Segunda Guerra Mundial. Los acuerdos de Múnich no habían traído la paz. Es más, para muchos historiadores fue la oportunidad perdida de parar a Hitler. La condescendencia con el fürer, llevó a Europa a la ruina.

Tras la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial, Múnich volvió a ser clave en la arquitectura del nuevo orden internacional surgido después de la contienda. Qué mejor lugar que la capital bávara para crear un foro independiente que tratase la seguridad y la paz mundial anualmente en un momento en el que la Guerra Fría se encontraba en su apogeo. En 1963 se inició el ciclo anual de conferencias con altos mandatarios de todo el mundo, el más importante e influyente sobre este tema a nivel mundial. “Paz a través del diálogo”, su ambicioso lema.

La edición de 2007

Entre sus hitos históricos se encuentra, sin duda alguna, la edición de 2007. Ese año Vladímir Putin cambió su tradicional papel de aliado de Occidente por el de principal enemigo del orden internacional que regían unos Estados Unidos ya sin enemigos tras su victoria en la Guerra Fría. El discurso de Putin comenzó con bromas, deseando que el anfitrión del evento no encendiese la luz roja al de tres minutos de comenzar su intervención. Una Merkel sonriente le rio la broma, pero poco a poco, el discurso de Putin pasó a un tono más elevado, criticando el mundo unipolar surgido del fin de la Guerra Fría, en el que Estados Unidos imponía sus condiciones sin consultar a nadie y, sobre todo, avisó de lo que podría traer una expansión de la OTAN hacia la zona de influencia rusa. El líder ruso se convirtió en el principal enemigo de Occidente a partir entonces. 15 años después, con la invasión rusa de Ucrania, Putin rompió el orden multipolar que su discurso de 2007 criticó.

Ucrania era el gran tema para la conferencia de Múnich de este año, por ello, se esperaba con gran expectación el discurso del vicepresidente J.D. Vance, de quien se esperaba que diera pistas sobre cómo continuaría el nuevo “desorden mundial” que está generando el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Las expectativas no se vieron defraudadas, tanto en el tema de Ucrania, como en el del discurso de J.D. Vance. Múnich ha vuelto a ser testigo del nacimiento de un nuevo equilibrio internacional.

El primero en actuar fue J. D. Vance. Los rostros de los diplomáticos y ministros ya presagiaban que el discurso sería muy duro para la política europea. Vance lo dejó claro: hay un nuevo sheriff en la ciudad. Lo que implica que la relación con Europa cambiará drásticamente.

Más si cabe, cuando, según Vance, el gran problema de Europa es consustancial a ella misma y sus valores actuales. Vance se erigió como el portavoz de la derecha radical populista europea, retomando sus temas comunes y volviendo a poner como problema central la inmigración masiva. Y por si el discurso en la conferencia fuera poco, el vicepresidente norteamericano se reunió con la líder del partido ultraderechista alemán AfD horas después. Toda una declaración de intenciones.

La Europa que EEUU quiere

El discurso tuvo como gran objetivo no dejar dudas de cuál es la política que la administración Trump quiere para Europa. Meloni, Orban, Salvini, Abascal…, esa es la Europa que Estados Unidos espera para un futuro. El apunte previo respecto a la suspensión de las elecciones rumanas por la injerencia rusa, no sólo implica el apoyo al radical Georgescu, sino también el apoyo a aquellos líderes de ultraderecha cercanos al Kremlin. Los rostros de preocupación, la mirada seria del ministro de Defensa alemán Pistorius o los pocos aplausos al discurso de Vance, dejan pocas dudas del efecto del discurso sobre la audiencia.

Pero Vance omitió el que se creía iba a ser el tema estrella de su discurso, Ucrania. Ya el flamante secretario de Defensa norteamericano, Pete Hegseth, con su habitual locuacidad, había dejado caer en su calculado viaje a Polonia, que Trump y Putin habían conversado telefónicamente para solucionar la cuestión ucraniana. Para algunos, Vance no solo trató de dejar claro la política europea que quieren los norteamericanos, sino que ejerció también de cortina de humo. El presidente ucraniano Zelenski lo vio claro y en su discurso enfatizó la necesidad de que Kiev esté en la mesa de negociación. Lo que no está claro es si Europa será invitada a las negociaciones, según las manifestaciones del general Kellogg el último día de la Conferencia, Europa no estará cuando se decida el futuro de Ucrania.

Europa, por tanto, parece la gran perdedora de esta Conferencia de 2025 y Putin, el gran vencedor. Para algunos estamos ante una nueva edición del pacto de Múnich de 1938, donde los aliados prefirieron el apaciguamiento frente al enfrentamiento directo con Hitler.

En nuestros días es Ucrania la que es traicionada y entregada a Rusia para acabar con una guerra que no interesa a los norteamericanos. Los europeos, los grandes marginados de esta operación, quedan expuestos a una amenaza contra la que ya no podrán recurrir al amigo americano para que les defienda. Un lúgubre futuro tanto para Ucrania como para la Unión Europea.

Más allá de una mera tregua

Un análisis más profundo de lo ocurrido estos días en Baviera, sin embargo, puede darnos pistas incluso más sombrías de lo que se puede estar cocinando entre Estados Unidos y Rusia. Podríamos no hallarnos ante una mera repetición del Congreso de Múnich de 1938, en el que Trump abandonaría Ucrania y Europa en manos de Putin para que este no siga con sus políticas belicistas.

En este 2025, más que en la conferencia de 1938, estaríamos ante el pacto Ribbentrop-Molotov de 1939, en el que soviéticos y nazis se repartieron Polonia y los estados bálticos. Es decir, la decisión que se tome sobre Ucrania podría ir más allá de una mera tregua a favor de Rusia. Lo que la administración Trump estaría buscando es lograr un nuevo equilibrio en el continente europeo, en el que Rusia pasaría de enemigo a aliado y la Unión Europea sería un actor que debería entenderse con Rusia para poder seguir buscando el apoyo norteamericano.

Esta no es una idea nueva. Se apuntaba desde las mismas elecciones norteamericanas de noviembre, recordando la tradicional política exterior republicana de acercamiento al enemigo ruso. Las recientes declaraciones de Marco Rubio, secretario de Estado, de que existen negociaciones para limitar las sanciones internacionales a Rusia, apuntan a ese cambio geopolítico. Estados Unidos puede buscar un acercamiento a Rusia, convirtiéndola en su principal aliado en el continente, rebajando el papel de la Unión Europea, y dejando en manos de ella, su propia defensa.

Múnich 2025 puede ser el primer paso de este terremoto geopolítico, terremoto que tiene aún más sentido, si se analiza cómo la otra gran superpotencia mundial, China, ha sido eclipsada durante las sesiones de la Conferencia. Las declaraciones de su ministro de exteriores, Wang Yi, con sus loas a Rusia y el énfasis del papel de China como principal aliado de Rusia, junto a la necesidad de que Europa entre en la mesa de negociación sobre Ucrania, refleja claramente que China también parece haber entendido la nueva entente Trump-Putin como un riesgo para su carrera por la hegemonía mundial.

Cambia el panorama internacional

La jugada maestra del presidente norteamericano puede alterar completamente el panorama internacional. Si consigue atraer a Rusia a su lado, no solo debilitará a China, también rebajará el papel de la Unión Europea, obligándola a hacerse cargo de su propia defensa, y la dejará a merced de la influencia rusa, que puede ser clave para el logro de una Europa dominada por la ultraderecha, mucho más afín a los valores iliberales de Putin que a los valores tradicionales europeos.

Al mismo tiempo, con una Europa pacificada bajo la sombra de Putin y una Irán doblegada por Netanyahu, Estados Unidos podría concentrarse en el escenario que más le preocupa, la región del Asia-Pacífico, y, sobre todo, podría utilizar todos sus recursos contra la única potencia que realmente puede arrebatarle la hegemonía mundial, China.

Mientras, Trump se reúne con Modi en la Casa Blanca, acercando a la India, actualmente la mayor democracia del mundo, a su lado. Otra pieza del puzle que parece encajar en ese nuevo orden internacional que la nueva administración norteamericana está creando a una rapidez como nunca antes se había visto. Por si todo esto fuera poco, se anuncia una cumbre entre Trump y Putin próximamente, en Arabia Saudí. Una reunión que, retrotrayéndonos a la historia, suena a una nueva conferencia de Yalta, donde los vencedores de la Segunda Guerra Mundial se repartieron el mundo según sus intereses. Parece que ahora serán Donald y Vladímir, sobre los petrodólares saudíes, los que decidirán el tablero internacional de los próximos años.

Esta nueva Yalta puede culminar un golpe maestro para que Estados Unidos resista el embate chino a su hegemonía. Pero, al igual que la Yalta de 1945, también traerá perdedores. La primera, sin duda alguna, Ucrania que, al igual que Checoslovaquia en 1938, será traicionada y obligada a una paz impuesta. Tras de Ucrania, China que verá cómo pierde a su principal aliado, Rusia. Pero, sobre todo, será Europa la principal derrotada de este nuevo orden, ya que la reconfiguración que parece pedirle los Estados Unidos significará la renuncia a los valores liberales que la fundó. La Historia vuelve a rimar en Múnich, y a una velocidad cómo nunca antes se había visto.