Son muchos los norteamericanos que respiran tranquilos después de escuchar el discurso de Kamala Harris en esta pasada semana, para aceptar la candidatura presidencial del Partido Demócrata. La vicepresidenta que hace dos meses parecía inaceptable por su inoperancia en la frontera, la ausencia de propuestas y sus constantes risas ante cualquier evento, se ha convertido en la esperanza demócrata para evitar un retorno del ogro republicano Donald Trump.

Porque aceptaron sin rechistar los cambios en las posiciones que hasta ahora había esgrimido Kamala quien, al clausurar la convención, les permitió entrever una persona nueva, alejada de las posiciones extremas de otrora. Ahora pueden ya rechazar las acusaciones del Partido Republicano de que simpatiza con Hamás en contra de Israel, de que mantendrá al país dividido por sus profundas diferencias ideológicas y de que será un juguete de los bonzos demócratas, dispuestos a aprovechar su inexperiencia y superficialidad para seguir gobernando como fontaneros desde la sombra.

Si tales promesas se convertirán en realidad está por ver, como ocurre con tantas declaraciones electorales. Pero quienes la escucharon en la Convención Demócrata podían henchir sus corazones ante su visión de un gran futuro económico, de un gobierno dirigido por el amor, la justicia, la esperanza, las oportunidades para todos, el abrazo solidario de empresarios y obreros, una economía que pondrá al alcance de todos cosas tan necesarias como la vivienda, la atención médica y la alimentación, además de abrir posibilidades a los pequeños empresarios para que conviertan sus sueños en prosperidad.

Para pagarlo están los empresarios gigantes y establecidos, para quienes ha llegado finalmente la hora de pagar y pasar la antorcha a quienes no disfrutan de sus prebendas.

La realidad podría será muy distinta, tanto si gana Harris como si consigue volver a la Casa Blanca el expresidente Donald Trump: los déficits acumulados desde la pandemia son muy altos, todas las proyecciones indican que superarán el total del Producto Nacional Bruto y no hay indicios de futuros programas de austeridad.

La plataforma demócrata tratará de reducir los gastos militares en momentos de graves amenazas internacionales contra los aliados de Estados Unidos. De ganar los republicanos, tampoco está claro cómo financiarán las ayudas que necesitarán sus aliados ni la modernización de armamentos, necesaria ante el desarrollo tecnológico de países como Irán, China, Rusia o Corea del Norte.

De momento, la opinión pública parece más interesada en los debates y las alianzas electorales que en la substancia de lo que ofrecen los diversos candidatos, quienes han pasado este fin de semana de ser tres a dos, con la retirada de Robert Kennedy, sobrino del asesinado presidente John Kennedy, quien se presentaba como independiente.

Es habitual que los candidatos al margen de los dos grandes partidos tengan escasos seguidores y también esto ocurrió con Kennedy. Lo que ya está fuera de los parámetros habituales es que una figura tan identificada con uno de los dos grandes partidos –como es cualquier miembro de la familia Kennedy con el Partido Demócrata– cambie de alianzas.

Es lo que hizo Kennedy al prestar su apoyo al candidato republicano Donald Trump en un discurso en que fustigó la corrupción del Partido Demócrata y se declaró decepcionado por su falta de principios y las muestras de corrupción.

A Kennedy tan solo le apoyaban, en las últimas encuestas, el 4% de los probables votantes, un porcentaje más bajo que a principios de la campaña, cuando su apoyo se estimaba en un 7%.

Pero estas elecciones, como ha ocurrido en los últimos años, tendrán probablemente un margen de victoria pequeño y los seguidores de Kennedy podrían inclinar la balanza en favor de Trump, quien ha ido perdiendo apoyo entre votantes independientes y no parece haber encontrado una plataforma estable desde que se retiró de la campaña el presidente Biden: tanto Biden como Trump se necesitaban el uno al otro, es decir, sus problemas eran tales que la mejor posibilidad de victoria se les ofrecía en tenerse mutuamente como rivales.

La retirada de Biden debilita la posición de Trump en momentos en los que el Partido Republicano no puede ya dar marcha atrás para seguir a alguno de los candidatos con menos bagaje negativo, como podrían haber sido la exembajadora ente la ONU Vicky Haley o el gobernador de Florida Ron DeSantis.

La gran esperanza del expresidente es que el surgimiento de Harris en las encuestas sea tan solo transitorio y debido al efecto de la Convención Demócrata, toda vez que por el momento no ha expresado de ninguna manera cómo resolverá los problemas económicos o internacionales a que debería enfrentarse inmediatamente de mudarse a la Casa Blanca.

A Kamala le falta mucho para definir quién quiere ser en su nueva reencarnación, de forma que los votantes han de escoger entre un Trump totalmente conocido desde hace ocho años y una Harris que de momento no da pistas para imaginar cómo querrá gobernar.