La única manera de honrar realmente la memoria de aquellos que fueron asesinados en Ruanda es asegurar que semejantes atrocidades no vuelvan a suceder” decía António Guterres el 7 de abril de 2017, en el Día Internacional de Reflexión sobre el Genocidio de Ruanda.

Genocidio

El último genocidio del siglo XXI, que horrorizó al mundo entero, no sólo por la atrocidad de lo ocurrido, sino también por la responsabilidad de Occidente en aquellos hechos. 30 años después, Ruanda parece haber iniciado un nuevo sendero de reconciliación y prosperidad económica, superando los horrores del pasado. Un pasado que aunque parece lejano, mantiene abierta muchas cicatrices que aún condicionan el futuro del país de las mil colinas.

El presidente ruandés, Paul Kagame, (dcha.), junto al primer ministro británico, Rishi Sunak. | FOTO: E.P.

Aquel abril de 1994 se combinaron todos los demonios que han lastrado el desarrollo de África desde hace siglos hasta la actualidad. Desde el colonialismo, el odio tribal, los intereses occidentales, la lucha de poder entre los líderes y grupos regionales, hasta las rencillas y afrentas ancestrales entre dos etnias que comparten mismo territorio pero que históricamente han sido incapaces de vivir en paz. El resultado, entre 800.000 y 1.000.000 de víctimas mortales durante cien días. Unas estadísticas que producen escalofríos: 300 muertos cada hora, cinco cada minuto… El horror se inició el 7 de abril en Ruanda. Pero tiempo antes ya se había iniciado el camino hacia el desastre.

Tutsis y hutus

Los conflictos y las guerras por el poder entre tutsis y hutus jalonan la historia de la región desde hace muchos siglos. Pero fue el colonialismo, el que agudizó aquellas viejas disputas. Los belgas fomentaron la separación entre la minoría tutsi, tradicionalmente pastores y en el poder, y los hutus, mayoría en el país y en gran parte agricultores. Cada individuo poseía su carnet que lo adscribía a uno de los grupos. Los belgas, se apoyaron en los tutsis para gobernar el país, lo que no hizo más que intensificar el odio hacia estos.

Dos mujeres caminan por la calle en Ruanda. EP

Con la descolonización, y con la huida de los europeos, son los hutus los que alcanzan el poder, y comienzan las primeras represalias y masacres de tutsis, que continuarán en el tiempo. Muchos tutsis escaparán a Uganda, donde influirán en la política del país, haciéndose fuertes y creando en 1987 el Frente Patriótico Ruandés, el cual en 1990 se lanzó a derrocar el régimen hutu del general Habyarimana. La cruenta guerra civil obligó a Habyarimana a llegar a un acuerdo con los rebeldes del Frente Patriótico. Los extremistas hutus jamás se lo perdonarían. No iban a permitir que los hutus compartieran el poder con los tutsis. Harían cualquier cosa para impedirlo, como pronto se vería. El infierno estaba a punto de desatarse en Ruanda.

Habyarimana

El 6 de abril de 1994, el jet privado de Habyarimana era abatido por un misil cuando aterrizaba en Kigali, la capital de Ruanda. Todavía no está claro quién lanzó el misil, si fueron los extremistas hutus o los rebeldes tutsis. Muchas fuentes apuntan a la guardia personal del Habyarimana. Los extremistas hutus se hicieron con el gobierno, responsabilizando al Frente Patriótico del misil. Tenían ya la justificación para su principal objetivo: el exterminio definitivo de los tutsis. No tardaron mucho en ponerse manos a la obra.

El 7 de abril mismo, a la madrugada, comenzaba el genocidio. El propio ejército comenzaba a asesinar a los hutus moderados del gobierno, incluyendo la primera ministra del país. Mientras las radios lanzaban mensajes directos a la población para que se armase y saliese a asesinar a los tutsis que vivían en sus pueblos. La “Radio Libre de las Mil Colinas”, que los meses anteriores se había ganado la atención de los jóvenes a través de música moderna, expandió el mensaje de odio a un país pobre sin televisiones. “Exterminad a las cucarachas”, ese sería el lema. Las ondas de odio llegarían a cada rincón del país, dando información incluso de dónde se refugiaban los tutsis.

Milicias extremistas

Pero si las ondas expandían el odio, fueron los grupos de milicianos extremistas los que llevaron en gran parte adelante las matanzas. Los tristemente conocidos Interahamwe, “los que trabajan juntos”, milicias paramilitares creadas unos años antes por los extremistas hutus, llevaron el horror pueblo por pueblo, utilizando machetes y aperos de labranza para acabar con sus víctimas. Utensilios que meses antes habían sido comprados en grandes cantidades, pero que por ser herramientas agrícolas, no habían levantado sospechas.

Matanza de tutsis

Muchos líderes locales refugiaron a los tutsis en estadios y recintos para supuestamente defenderlos, avisando después a las milicias hutus para que los exterminasen. Los que escapaban de las matanzas huían a las montañas, donde las milicias subían cada mañana a darles caza como a animales. Los hutus moderados, y los que se negaban a participar en la matanza, también eran masacrados. Muchos hutus escondieron y salvaron a miles de tutsis, jugándose la vida en ello. La famosa película Hotel Ruanda da testimonio de uno de aquellos hutus que puso su vida en peligro por salvar a cientos de tutsis de la matanza.

Mientras, la comunidad internacional daba la espalda al horror, negándose incluso a utilizar el término genocidio al comienzo. Estados Unidos no quería más Blackhawks derribados ni cadáveres de marines arrastrados por las calles, como había ocurrido en Somalia meses antes. Además, ya habían puesto el ojo en la principal figura de los rebeldes tutsis, Paul Kagame. Fueron los franceses, tradicionales aliados de los hutus, los que más intervinieron aquellos días, siendo criticados por haberse preocupado más por sus aliados hutus que por las víctimas tutsis, levantando críticas internacionales.

Frente Patriótico Ruandés

100 días después del inicio del genocidio, fue el propio Frente Patriótico Ruandés, el que ponía fin a la matanza con una ofensiva relámpago, tomando Kigali y haciéndose con el poder. La carnicería en Ruanda terminaba, pero en poco tiempo se expandiría al país vecino, el Congo. Cientos de miles de hutus escaparon al Congo, dando la excusa a Kagame para perseguirlos y junto a Burundi y Uganda influir en la increíblemente rica en materias primas región oriental congoleña, dando lugar con el tiempo a las dos guerras del Congo, que aún sufre los coletazos de aquellas guerras en un conflicto por el control de regiones ricas en Coltán, oro y diamantes.

El presidente de Ruanda, Paul Kagame EP

Mientras, Ruanda, bajo el liderazgo de Kagame, comenzó un camino de reconciliación que según los medios occidentales aún perdura. Se crearon tribunales para los perpetradores de la matanza, aunque la mayoría de los líderes intelectuales habían escapado, sorprendentemente a Francia, donde aún se sospecha que se esconden muchos de los ideadores del genocidio. Al mismo tiempo, Kagame ha sabido mantener en paz las tensiones entre ambas comunidades, y ha sabido explotar el sentimiento de culpa de unos hutus que masacraron al 75% de los tutsis del país.

Al mismo tiempo, Kagame ha sido muy hábil utilizando el apoyo norteamericano en su beneficio, sin olvidar tampoco el sentimiento de culpa de una comunidad internacional que cerró los ojos a lo que ocurría. Siguiendo el ejemplo de Singapur, Kagame ha tratado de atraer inversión extranjera al país, combinándolo con el turismo, convirtiéndose en uno de los países más atractivos de África para hacer negocios. Visit Ruanda, el lema publicitario para promover el turismo en el país, se ha leído en la camiseta del Arsenal y del Paris Sant Germain. Esto último, uno de los grandes favores de los cataríes al país, grandes inversores en la economía del país de las mil colinas.

Ruanda por tanto parece haber superado, 30 años después, su pasado de horror, con un país supuestamente reconciliado, y con un milagro económico que la hace ser llamada la Suiza de África, manteniendo uno de los mayores índices de desarrollo de todo el continente africano. Un presente y futuro que parece un ejemplo a seguir para el resto de los países del continente africano.

Paul Kagame

Pero la versión no oficial sobre Ruanda no es tan idílica. Tanto organismos de la propia Ruanda como internacionales arrojan sombras sobre el régimen de Kigali. La periodista británica y experta en África Michela Wrong, en su reciente libro Do not disturb, describe cómo las instituciones internacionales han dejado las manos libres a Paul Kagame para convertir el gobierno ruandés en un régimen autoritario, donde la oposición y los medios son silenciados, y en el que los únicos grupos opositores permitidos son aquellos que conviven con el oficial. Todo esto ante una comunidad internacional que mira hacia otro lado, y que incluso firma tratados internacionales con Ruanda, como el recientemente firmado con Gran Bretaña para la expatriación de inmigrantes ilegales.

Sin olvidar la cuestión del Congo, en el que guerrillas como el M-23, de mayoría tutsi, se enfrentan contra el gobierno de Kinsasa y controlan regiones ricas en Coltán, según muchas fuentes, bajo las órdenes y el apoyo del gobierno ruandés. Un espolio de las riquezas congoleñas, junto al apoyo a guerrillas y grupos insurgentes, que aumentan la inestabilidad y crean conflictos interminables. No hay que olvidar que estas guerras han generado más de cuatro millones de víctimas, el conflicto con más muertos desde la Segunda Guerra Mundial.

30 años después, muchas son las sombras que aún rodean a Ruanda. El último genocidio del siglo XX, en el cual se unieron todos los males que han azotado al continente desde la época del colonialismo. Un ejemplo de las lacras, algunas propias del continente, pero muchas otras externas, venidas de ultramar, que siguen lastrando el futuro del continente africano. Un genocidio que no sólo puso al país frente a sus propios demonios, sino también a toda la comunidad internacional frente a su indiferencia y la codicia por sus intereses en la zona. Un país que parece dejar atrás aquel horror, aunque por desgracia, no completamente.