En 1647, el parlamento inglés, controlado por reformadores protestantes, aprobó una ordenanza que prohibía la celebración de la Navidad. A través de una interpretación precisa de la Biblia los puritanos pretendían reformar o “purificar” la iglesia de Inglaterra de lo que percibían como “prácticas católicas”. Esto incluía el escrutinio de tradiciones y ritos religiosos como la Natividad.

Entendían que las galas de Navidad eran un tipo de “fiesta papista” que carecía totalmente de justificación bíblica y que no existía indicación alguna de que Jesús naciera un 25 de diciembre. Adelantándose varios siglos al consumismo, desaprobaban el intercambio de regalos, el fatuo alarde de la vestimenta y los excesos consustanciales a los banquetes saturnales. Creían que tales modos “profanos” podían incitar comportamientos “sacrílegos” e incluso “satánicos” y que el solsticio de invierno debía de ser tiempo de ayuno y reflexión.

Veían asimismo con reticencia la celebración de la Epifanía ya que la tradición de los “tres reyes magos” es una distorsión del relato bíblico perpetuada en el arte y la cultura católicas.

Según el Evangelio de Mateo, “llegaron por entonces a Jerusalén unos sabios de Oriente que se dedicaban al estudio de los astros” y guiados por “la estrella que habían visto salir” vinieron a la “casa en la que había nacido el niño” al que obsequiaron oro, incienso y mirra.

En 1659, la Colonia de la Bahía de Massachusetts, controlada por los puritanos, promulgó una ley que penalizaba la celebración de la Navidad. La noción subyacente era que “los festivales que se celebraban supersticiosamente en otros países” eran una “gran deshonra para Dios y una ofensa para los demás”.

El texto de la ley decía que “cualquier persona que observe un día como la Navidad u otro similar, ya sea dejando de trabajar, festejando o de cualquier otra manera, por cualquier motivo como el antes mencionado, deberá pagar al condado cinco chelines de multa por cada delito”. Esto equivale a unos 50 dólares de hoy en día. Y durante años la Navidad siguió siendo un día laboral habitual en gran parte de Nueva Inglaterra y Pensilvania.

Hubo quien protestó. Josiah King escribió y publicó en el Londres de 1652 el libro titulado La reivindicación de la Navidad. Argumentó que los puritanos estaban perjudicando antiguas tradiciones navideñas inglesas que se había observado durante siglos. King defendió el derecho del pueblo a observar la Navidad mediante una cena festiva que incluyera alimentos especiales y abundantes. Según él, asar manzanas al fuego era una práctica memorable, sugiriendo que ciertos alimentos estaban asociados con las navidades, y el hogar era el lugar más adecuado para la preparación y disfrute de esas delicias.

King afirmaba que ciertos hábitos asociadas desde antiguo a la Navidad –como jugar a las cartas– era un pasatiempo lícito, y también los bailes populares que destacaban la naturaleza comunitaria y social de la celebración. Destacó la costumbre de cantar villancicos y mencionó la figura tradicional del Old Father Christmas, una figura alegre y benévola que simbolizaba el espíritu alegre y generoso del solsticio.

Después de la restauración de la monarquía en Inglaterra en 1660, la influencia puritana en la colonia de la Bahía de Massachusetts disminuyó y las celebraciones navideñas se fueron retomando gradualmente. No obstante, no fue hasta 1681 que el gobernador Edmund Andros anuló la prohibición poco antes de que lo echaran de Boston.

Celebración desde el siglo XIX

Pero, a pesar de la revocación, la Navidad no se celebró ampliamente en Estados Unidos hasta entrado el siglo XIX. Las raíces de la actual celebración navideña se suelen atribuir al surgimiento de esta idea durante la era victoriana. De entre todos los autores ingleses que respaldaron la celebración de la Navidad, el que más influencia tuvo fue Charles Dickens. Inyectó en el público una perspectiva humanitaria y solidaria de la festividad, un concepto al que a menudo se hace referencia como la “filosofía del villancico”.

Pero tardó en cuajar. En los Estados Unidos no se reconoció la Navidad como día de fiesta a nivel federal hasta finales del siglo XIX. El proyecto de ley fue presentado en la Cámara de Representantes por el republicano Burton C. Cook de Illinois.

Tras ser aprobado en ambas cámaras, el presidente Ulysses S. Grant firmó la ley el 28 de junio de 1870: “El primer día de enero, comúnmente llamado día de Año Nuevo, el día cuatro de julio, el día veinticinco de diciembre, comúnmente llamado día de Navidad, y cualquier día designado o recomendado por el presidente de los Estados Unidos como día de ayuno público o acción de gracias, serán días festivos en el Distrito de Columbia”. Esta decisión de hacer de la Navidad una festividad federal ayudó a estandarizar las celebraciones en el conjunto de la república.

Otras tradiciones navideñas comenzaron a socializarse en el siglo XIX. Santa Claus se convirtió en el alegre personaje de barba blanca, dispensador de regalos y piloto de un trineo tirado por renos a través de obras como el poema de Clement C. Moore Account of a Visit from St. Nicholas de 1823. Si bien la figura deriva de personajes legendarios europeos como del holandés Sinter Klaas y del alemán St. Nicholas, hacia mediados del siglo XIX, el Santa Claus estadounidense se introdujo en Inglaterra y, desde allí, se extendió a Francia como Bonhomme Noël y a otras partes de Europa.

La tradición de los árboles de Navidad es mucho más antigua. El uso de árboles de hoja perenne como símbolo de vida durante el invierno se remonta a antiguas tradiciones paganas. Según la leyenda, Lutero fue el primero en colocar velas encendidas en un árbol para recordar a sus hijos las maravillas de la creación, pero el uso de árboles de Navidad no se popularizó en Estados Unidos hasta el siglo XIX.

Demanda ante los tribunales

Y no fue hasta 1999 que se cuestionó la constitucionalidad de la Navidad como festividad legal.

Richard Ganulin presentó una demanda ante los tribunales el 4 de agosto de 1998 alegando que el estatuto que convertía el día de Navidad en un día festivo legal violaba la cláusula de establecimiento de la primera enmienda de la constitución de los Estados Unidos según la cual el Congreso no dictará ninguna ley estableciendo la práctica de una religión o prohibiendo su ejercicio.

En su decisión, la jueza Susan J. Dlott concluyó que la celebración de un día de fiesta en Navidad no violaba la primera enmienda porque al dar a los empleados federales un día de vacaciones pagadas el 25 de diciembre, el gobierno no hace más que reconocer que se trata de una festividad.

El Tribunal subrayó que desde una perspectiva legal el 25 de diciembre es simplemente un día festivo que tiene un propósito secular válido, el de permitir descansar a los trabajadores; por tanto, la ley no pretende respaldar la práctica de la religión en general o del cristianismo en particular, y no viola el principio de separación de iglesia y estado. La jueza tomó el mazo y aseguró que “¡este tribunal se niega a desempeñar el papel del grinch…!

En este país y también en todos nuestros corazones hay lugar para convicciones diferentes, y también para disfrutar por igual de un día de fiesta”. Todo ello muy cierto, pero, ¿por qué no celebrar el 15 o el 26 de diciembre? Cuanto menos significado tenga el calendario legal, mayor libertad tendremos de celebrar las fiestas como queramos.