Han pasado casi tres años desde que Rusia lanzó sus primeros ataques contra Ucrania, el país vecino que, en opinión de la mayoría de gobiernos y expertos, tenía escasas posibilidades de resistir una invasión rusa que podría acabar con la anexión de su territorio.

Pero Ucrania, a pesar de perder parte del país que está ahora ocupada y anexada por Rusia, ha podido resistir el avance de Moscú a pesar de tener mucha menos población, menos armamentos y una capacidad económica limitada.

Que Ucrania resistiera el ataque ruso sorprendió en Europa y América, pero fue un factor decisivo para que tanto Washington como la Unión Europea le prestaran ayuda económica y militar.

Una de las tareas principales de Volodimir Zelenski, el jefe del gobierno ucraniano, ha sido mantener buenas relaciones con Washington y la Unión Europea y crear una imagen de estabilidad y eficiencia militar para que los países de la OTAN le den sus armamentos y le presten ayuda económica, como han ido haciendo hasta ahora.

El rendimiento de estas ayudas ha sido espectacular: en vez de ser arrollados por Rusia, los ucranianos tan solo han perdido su territorio más oriental y más afín a Rusia, han conseguido encarecer en dinero y vidas la agresión rusa y acabar con la estabilidad y tranquilidad en Crimea, el territorio que Rusia les arrebató hace ya varios años y que hoy en día ya no es propicio para vacaciones o descanso de sus clases dirigentes, a causa de los ataques ucranianos.

Pero igual que les pasó a Napoleón o a Hitler, quienes se adentraron con ejércitos superiores en Rusia pero fueron vencidos por el territorio y la política empecinada de Moscú, también Zelenski ha visto rebajadas sus ventajas.

Cierto que, a diferencia de los líderes francés o alemán, Zelenski ni es el agresor ni tiene pretensiones sobre el territorios ruso ni mucho menos ambiciones imperiales, pero también él se enfrenta al muro casi impenetrable del vasto territorio ruso, sus alianzas con otros países del mismo estilo absolutista y sus vastos recursos naturales que, por mal explotados y utilizados que estén, continúan produciendo ingresos y ventajas militares.

Sobre el papel, Zelenski es el ganador obligado: “Las guerras se ganan con dinero, dinero y dinero”, decía Napoleón y esto es algo que los países occidentales tienen en abundancia, especialmente si los comparamos con Rusia: Estados Unidos y la Unión Europea tienen un peso económico de 45 billones de dólares anuales, nada menos que 20 veces el de Moscú.

Pero el presidente ruso Vladimir Putin aprovecha al máximo lo que tiene: más gente para mandar al frente, más armas y una economía adecuada a las necesidades del momento porque la ha puesto al servicio de la guerra y porque el bloqueo occidental no le impide vender su petróleo que llena así sus arcas. Además, la falta de ambiciones democráticas, permite a Putin evitar las servidumbres políticas de los sistemas occidentales.

Rusia tiene la experiencia histórica de resistir contra invasores poderosos como Napoleón o Hitler y, aunque Ucrania no lo vea así, Rusia la considera como parte integrante de su imperio.

Putin ha decidido reintegrarla y para ello dedicará el próximo año 100 mil millones de dólares a gastos militares, aunque ello represente sacrificios para la población: las fábricas se reorientan a una industria de guerra, la producción de bienes de consumo se reduce y la inflación aumenta, pero todo queda compensado en parte por el estímulo que la inversión militar representa.

Sus vastas extensiones protegieron a Rusia de las invasiones de ejércitos más potentes. Ahora no la invade nadie, pero en su conciencia de nación constantemente amenazada, Rusia ve igualmente ahora la alianza occidental con Ucrania como algo semejante a una invasión y ha provocado la misma reacción de solidaridad en su pueblo que aceptará así cuantos sacrificios económicos le pidan. Ahora, Ucrania se enfrenta a límites en sus arsenales: le falta la misma cantidad que Corea del Norte ha entregado a Rusia y, aunque en el año que termina la diferencia la compensó Corea del Sur, la situación puede cambiar este año en beneficio de Moscú. Así, la visita de Zelenski a Wahsington hace pocos días fue muy distinta de las anteriores: sabe que si Ucrania no puede reforzar su posición militar o económica en el año que está a punto de comenzar, corre el riesgo de acabar derrotada por Rusia o, lo que es más probable, quedar por largo tiempo en estado de jaque

Y en esta breve tiempo de que dispone, en Occidente su puede imponer el cansancio. Además. Las elecciones norteamericanas distraerán la atención , mientras que Alemania, el banquero de Europa, quiere una paz negociada y no cree realista la ambición de Kiev de recuperar sus territorios occidentales.

Zelenski puede hallar palabras conciliadoras en Moscú, pero tiene buenos motivos para recelar de ellas. Ni él y sus aliados occidentales se han de enfrentar esta vez a las infinitas estepas rusas, pero sí a la desventaja territorial que ha garantizado la supervivencia rusa a lo largo de los siglos.