Israel, el retorno a Judea
La sangre vuelve a derramarse en las calles de Cisjordania e Israel. El reciente ataque del ejército israelí sobre Yenín, el mayor en casi 20 años en territorio cisjordano, y el atropellamiento masivo de Tel Aviv no han cogido desprevenido a nadie. Las recientes escaramuzas entre soldados judíos, milicianos palestinos y colonos extremistas presagiaban una nueva espiral de violencia en la zona. Pero también existen otros factores en ambos bandos en disputa que pueden explicar lo ocurrido estos últimos días como también lo que podemos esperar en las próximas semanas y meses.
Las elecciones israelíes de noviembre han supuesto algo más que el retorno de Netanyahu y el partido conservador Likud al poder. Tras haber sido destronado por una alianza de partidos de amplio espectro hace un par de años, el actual primer ministro encontró una fórmula para volver al poder. Bibi, como se le conoce a Netanyahu entre sus bases, alcanzó un acuerdo con los ultraortodoxos y ortodoxos para hacerse de nuevo con el gobierno. Pero, a pesar del éxito de su jugada, esta va a traer a Bibi consecuencias que tendrá que asumir.
La coalición de partidos denominada Sionismo Religioso que ha aupado a Netanyahu de nuevo al poder refleja la radicalización de parte del electorado israelí hacia la derecha más extrema en lo religioso y en lo político. La figura que mejor ejemplifica el extremismo de la coalición y que más influencia está logrando en el nuevo gobierno es el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, auténtico paradigma del extremismo ultranacionalista ortodoxo que busca una Israel totalmente judía sin presencia árabe.
La larga trayectoria política de Ben Gvir muestra el camino seguido por la ultraderecha extrema en Israel las últimas décadas. Ya desde su juventud Ben Gvir sería conocido por haber robado la insignia del coche del presidente Rabin en protesta por los acuerdos de Oslo que propiciaron la creación del estado palestino. Meses después Rabin fue asesinado por un extremista ultranacionalista.
Ben Gvir continuó alimentando su extremismo lo que le llevó a ser relegado a tareas administrativas en el ejército israelí. En aquella época Ben Gvir militaba en el movimiento ultranacionalista Kach del rabino Kahane, que abogaba para el retorno al reino bíblico de Israel, Judea, expulsando a los árabes y destruyendo todas las mezquitas del país.
Ben Gvir se ha dedicado a la defensa de judíos extremistas que han atentado contra la población árabe, llegando a mostrar en un documental un cuadro colgado en su casa de Baruch Goldstein, terrorista que mató a 28 árabes en una mezquita. Ben Gvir modificó algo su mensaje para la última campaña electoral, cambiando el lema “Fuera árabes” por el de “Fuera terroristas. Sus peroratas de mano dura contra las milicias palestinas, hasta llegar a pedir la silla eléctrica para los terroristas, han calado en una parte importante de la sociedad israelí en la que la seguridad parece ser la gran preocupación. Llevar a su partido a ser la tercera fuerza del país, le ha abierto las puertas del gobierno y ocupar en este una de las carteras más importantes del ejecutivo, la de Seguridad Nacional.
Política de asentamientos
Pero la clave para entender cuál es la idea de lo que debe ser Israel para Ben Gvir y la ultraderecha israelí radica en la política de asentamientos. Para el extremismo ortodoxo y ultraortodoxo, Israel debe ser un país totalmente judío, al igual que la Judea bíblica de la época de los romanos, donde la población hebrea era mayoritaria. Esto implica el apoyo total a las colonias en los territorios de la Autoridad Palestina, donde más de 700.000 colonos ya residen en Cisjordania. Estas colonias se convierten en una estrategia para desplazar poco a poco a la población árabe de las zonas que, a pesar del control israelí, pertenecen a la Autoridad Palestina.
Netanyahu, al igual que hizo Donald Trump en los Estados Unidos, ha descubierto la importancia del voto de extrema derecha para ensanchar su base electoral. No debemos olvidar que la comunidad ortodoxa y ultraortodoxa es la que más demográficamente crece en Israel, lo que ya se está notando en un aumento espectacular de la derecha más extrema y en una marginalización de la izquierda. De ahí que las posturas a favor de una solución del conflicto a través de la convivencia de palestinos e israelíes a través de dos estados diferenciados, parecen perder apoyos en un Israel cada vez más escorada hacia posturas más ultranacionalista judías y anti-árabes.
Sin embargo, si esta idea de un retorno a pasados bíblicos de los socios de gobierno y de parte de la sociedad israelí no fuese ya potencialmente conflictiva, la situación política en la que se hallan los líderes palestinos no parece aportar una respuesta tranquilizadora. La Autoridad Nacional palestina, el cuasi estado surgido de los acuerdos de paz de Oslo de hace treinta años, se encuentra en estado comatoso. Su legitimidad ha ido cayendo en picado ante su opinión pública que ve cómo el estado palestino no despega, mientras que las elites gobernantes de Al Fatah, el partido del mítico Yasser Arafat, valedor de los acuerdos de Oslo, viven de manera desahogada en medio de un mar de pobreza generalizada.
División entre los palestinos
Además, la guerra civil entre Hamas y Al Fatah ha dividido y enfrentado a los palestinos tanto geográfica como políticamente. En 2007 Hamas se levantó en Gaza y, tras una guerra civil, tomó el control. Sus continuos ataques con los famosos cohetes Kassam y los atentados contra la población civil israelí, como el reciente atropellamiento de Tel Aviv, han llevado a un asedio y embargo absoluto por parte de los israelíes de Gaza, además de a un aislamiento político y económico por parte de la Autoridad Palestina.
En Cisjordania, donde Al Fatah aún mantiene el poder, la situación no es mejor. El liderazgo político está resquebrajado por una Al Fatah, percibida como corrupta por sus ciudadanos e incapaz de cumplir sus promesas de un futuro estado palestino fuerte logrado a través de acuerdos políticos con Israel y la diplomacia internacional. Además, la no celebración de elecciones desde 2005 erosiona todavía más si cabe la legitimidad de las autoridades palestinas cisjordanas.
A todo esto habría que añadir la incapacidad de Al Fatah a la hora frenar los cada vez más numerosos asentamientos israelíes que no dejan de erosionar la imagen de los herederos políticos de Arafat ante su pueblo.
Ante esta situación, los jóvenes palestinos se identifican cada vez menos con los movimientos tradicionales y comienzan a crear nuevos grupos armados, más radicalizados, sobre todo en las zonas más hacinadas y pauperizadas. El campo de refugiados de Yenín, zona cero de los hechos acaecidos estos días, es uno de esos lugares, donde el grupo denominado Brigada de Yenín se ha convertido en uno de los más activos.
La posición de los países árabes
La incursión israelí se justificaría en esta nueva situación, y sería un intento de neutralizar los nuevos focos de resistencia surgidos entre los palestinos, resultado de una nueva generación árabe desencantada de una Autoridad Palestina esclerotizada, de las esperanzas que abrigaban sus padres, sin perspectiva de futuro y hostigados continuamente por los colonos israelíes.
Sin embargo, lo dicho hasta aquí no dibuja todo el mapa, todavía falta por conocer la posición de otro factor esencial en la zona, el de los países árabes vecinos. Netanyahu parecía haberse apuntado un éxito internacional con los acuerdos de Abraham, por los que logró la normalización de relaciones con los Emiratos Árabes, Bahrein y Marruecos. Estos países árabes reconocieron a Israel a la vez que abrían paso a alianzas futuras contra el gran enemigo de Israel, Irán. Los acuerdos reflejaban, además, el cansancio de algunos países árabes con respecto a una causa palestina desunida y enfrentada internamente.
Habrá que ver cómo logra Bibi equilibrar las ansias ultranacionalistas por una Israel enteramente judía de sus socios gubernamentales, con su apuesta por conseguir aliados entre los países árabes. Una posible tercera intifada palestina podría hacer saltar por los aires toda la estabilidad de la zona.
Lo único claro es que la actual escalada militar muestra todos los condicionantes políticos y sociales para que lo ocurrido estos días en Yenín no se un episodio aislado. A pesar de la retirada de las tropas israelíes, es difícil creer que las aguas volverán a su cauce habitual.
Con un gobierno israelí sustentado en una base ultranacionalista que proyecta el aumento del número de colonias judías en territorio palestino con el objetivo de crear una Israel enteramente judía y sin población árabe, con una Autoridad Palestina debilitada e incapaz de mantener viva entre su población la esperanza de una salida diplomática al conflicto árabe-israelí y con una nueva generación de jóvenes que ven en la violencia la única salida a su precaria situación, el panorama ofrece pocas esperanzas para vislumbrar un futuro en paz en la región. El peligro de una nueva intifada parece dibujarse para unos tiempos no muy lejanos.