El Ejecutivo británico liderado por Boris Johnson se tambalea. Una ola de renuncias de ministros y altos funcionarios que alegan haber perdido la confianza en el actual primer ministro para llevar las riendas del Reino Unido dejan al gobierno hundido e inmerso en una crisis que ha acabado forzando la dimisión del 'premier'.

La renuncia de Boris Johnson a Downing Street marca el final de una era en Reino Unido y de la carrera ascendente de un político que, en los sucesivos puestos que ha ido ocupando ha marcado siempre su propio estilo, aunque ello le haya supuesto quedarse prácticamente solo en esta última etapa, marcada por los escándalos.

Johnson ha sido el líder del Gobierno que se ha visto abocado a lidiar con la pandemia de covid-19, no sin polémica también por este frente. Inicialmente, el primer ministro sugirió una estrategia que prácticamente implicaba asumir la convivencia con el virus, pero su ingreso en la unidad de cuidados intensivos supuso un punto de inflexión.

Del hospital salió un nuevo Johnson, partidario de medidas de confinamiento equiparables a las de otros países de su entorno, pero su estrategia ha terminado empañada por el escaso compromiso de los miembros del Gobierno con las políticas que reclamaba para el conjunto de la ciudadanía.

La celebración de varias fiestas en dependencias públicas, algunas de ellas en Downing Street y con presencia de Johnson, saltaron en noviembre de 2021 como una bomba mediática contra la línea de flotación del Ejecutivo. El 'Partygate' dibujaba una doble vara de medir en los momentos más duros de la pandemia.

El primer ministro negó inicialmente haber incurrido en irregularidades, pero su versión se fue modulando a golpe de hechos contrastados. Un informe oficial cuestionó la actuación del Gobierno y Scotland Yard terminó imponiendo decenas de multas a los asistentes a las polémicas fiestas, entre ellas el propio Johnson.   

MOCIÓN DE CENSURA: EL PRINCIPIO DEL FIN

El 'Partygate', que ya venía precedido de las dudas suscitadas por una reforma del piso de Johnson, fue la gota que colmó el vaso para un sector crítico dentro de los 'tories' que cada vez parecía más amplio. El primer ministro, sin embargo, se limitaba a unas tímidas disculpas dejando claro que no dimitiría por propia voluntad.

Con Johnson atrincherado en su propio discurso, sus compañeros lograron sumar las firmas necesarias para que el 6 de junio, hace apenas un mes, se celebrase una moción de censura interna, una táctica que ya se había utilizado contra May y que, si hubiese prosperado, implicaba la caída del 'premier' por fuego amigo.

Johnson salvó la bola de partido gracias al apoyo del 59 por ciento de los diputados, un nivel de respaldo menor al que había obtenido May meses antes de dimitir pero que para el jefe del Ejecutivo le sirvió para sacar pecho y dar por enterrada la crisis interna. No en vano, la actual normativa impedía a los 'tories' recurrir a esta misma moción en el plazo de un año.

Sin embargo, la estabilidad de Johnson no estaba ni mucho menos asegurada y, mientras algunas voces conservadoras hablaban ya sin tapujos de cambiar las normas para promover una segunda votación contra el primer ministro, otros escándalos se iban acumulando sobre Downing Street.

La polémica final ha girado en torno a Chris Pincher, nombrado como vicecoordinador del grupo parlamentario del Partido Conservador a pesar de las acusaciones de acoso que pesaban sobre él. Inicialmente, Downing Street alegó que Johnson desconocía estas quejas, pero el martes la versión cambió: el primer ministro admitió que sí sabía de las acusaciones y pidió perdón.

El daño ya estaba hecho y apenas unas horas después dos pesos pesados del Gobierno, los ministros de Finanzas y Sanidad, Rishi Sunak y Sajid Javid, desencadenaron una oleada de decenas de dimisiones. El mensaje de los altos cargos salientes giraba en torno a la pérdida de confianza sobre Johnson.

El primer ministro, no obstante, compareció de nuevo para negar que tuviese pensado dimitir, lo que llevó a su propio equipo a forzar aún más la presión pública y privada con un desfile de ministros el miércoles en Downing Street para reclamar a Johnson que tirase la toalla, presiones que finalmente han surgido efecto.