El día que acabó la guerra fría
El Muro cayó por la imprecisión lingüística de un dirigente inexperto
En una rueda de prensa celebrada el jueves, 9 de noviembre de 1989, a las 18.53 horas, en el Centro de Prensa Internacional de la República Democrática Alemana (RDA), saltó la chispa que hizo que el Muro de la Vergüenza saltara por los aires. Günter Schabowski, un miembro poco conocido de la dirección del Partido Comunista (SED) sacaba un papel de su bolsillo y leía ante las cámaras de televisión: "A partir de ahora las solicitudes para viajar al exterior de individuos privados pueden presentarse sin los requerimientos existentes previamente. Los permisos de viaje serán otorgados a la brevedad." Riccardo Ehrman, un periodista italiano, se levantó y le preguntó ¿Cuándo van a entrar en vigor las nuevas disposiciones? La respuesta llegó insegura, titubeante y alejada de las intenciones de la dirección del partido. "Según tengo entendido entran en vigor de inmediato, sin demora". Fue una imprecisión lingüística la que derribó el Muro de Berlín. Tras el anuncio televisado fue imposible detener a la muchedumbre.
Sucedió algo inusitado: las leyes del Estado autoritario dejan de estar en vigor durante unas horas. La improvisación y la espontaneidad sustituyen al control y a la obediencia y los berlineses se encargan de poner en práctica lo que los políticos de ambos lados no llegan si siquiera a imaginarse.
Harald Jäger, jefe del puesto de control de pasaportes en la Bornholmerstrasse se encontraba esa noche ante un trágico dilema: o abre las fronteras u ordena disparar contra las masas. Un último intento desesperado de la Policía Secreta de la Alemania comunista, la Stasi, de expatriar a los cabecillas para relajar la situación en las fronteras, fracasa.
Un puñado de berlineses occidentales, encabezados por el estudiante Benedit Sedlmaier, avanza hacia Berlín oriental y acaba por tomar la Puerta de Brandeburgo, probablemente el lugar más vigilado de todo el Muro.
Para las 21.30 horas los primeros habitantes del Este estaban ya al otro lado de la ciudad. La gente trepaba y, entre gritos de júbilo, se abrazaba con los desconocidos que venían del oeste. La alegría se trasformó en euforia y horas más tarde y codo con codo los recién conocidos comenzaban a demoler el Muro que les separaba. Una construcción planificada al milímetro y mantenida política y militarmente con estrictos planes y concienzudos análisis, caía por el balbuceo de un político inexperto.
Günter Schabowski, pasará el vigésimo aniversario de esa memorable tarde, en la que fue protagonista, en una clínica por problemas de corazón. El ex miembro del Politburó del Partido Socialista Unificado de la extinta República Democrática Alemana ha sufrido complicaciones después de una operación cardíaca y ha tenido que volver al hospital. Su acción fue tan inesperada que cogió desprevenidos a los políticos. El canciller de la RFA, Helmut Kohl, estaba de visita oficial en Varsovia y no llegó a Berlín hasta 24 horas después
El detonante fue un imprevisto, pero todos sabían que la caída era inminente. En la década de los 80, el descontento en la RDA era generalizado fruto del alza en los precios de materias primas y fuentes energéticas. Para salir de la crisis Honecker buscó fomentar las exportaciones, generando un desabastecimiento del mercado interno agudizando el generalizado malestar de la población. La ausencia de las necesarias inversiones en infraestructuras provocó una baja considerable en la productividad.
Alemania Oriental no encontraba respuestas ni internas ni externas a sus problemáticas económico-sociales, puesto que el bloque soviético en su conjunto se encontraba en un estado crítico.
Por otro lado, a mediados de 1989, Hungría liberó el tránsito a través de su frontera con Austria y, en pocas semanas, unos 350.000 alemanes de la RDA emigraron a la RFA. Al mismo tiempo, las manifestaciones en las calles reclamando cambios profundizaron la crisis en la RDA.
Los dirigentes comunistas luchaban a brazo partido contra la historia, que avanzaba sobre los tanques de la plaza de Tiananmen. Una masacre que llegaron a justificar.
Las elecciones de mayo de 1989 en la RDA se celebraron ya bajo el signo del paulatino deterioro del régimen del Partido Socialista Unificado (SED) que la organización de los servicios secretos, la temida Stasi, venía registrando en sus informes al menos desde 1987.
El régimen del SED, presidido por Erich Honecker, procuró hacer frente a las repercusiones de la Perestroika con medidas como la prohibición de la distribución de la revista soviética Sputnik, lo que provocó muchas críticas desde la aún débil oposición, integrada fundamentalmente por intelectuales. En ese mismo año de 1989 se celebraron unas elecciones municipales que, en un monumental error de cálculo por parte del régimen comunista, procedieron a manipular para equiparar las cifras de su victoria a las de épocas anteriores. Llegaron a proclamar un triunfo del SED por cerca del 99% de los votos. Pese a que había candidaturas únicas, a nadie le encajaba el dato de aprobación de un partido que había sumido a la población en el descontento y el desabastecimiento.
Con la verosímil acusación de fraude en el interior y los aires nuevos que llegaban desde sus ex compañeros del Telón de Acero, los alemanes del este optaron por atravesar la puerta que les había abierto Hungría para llegar a occidente.
El 30 de ese mes la RDA se vio obligada a autorizar que 6.300 ciudadanos suyos, refugiados en la embajada de la RFA en Praga, emigraran a Occidente, atravesando en trenes especiales su propio territorio, lo que llevó a que en las estaciones se produjeran manifestaciones de apoyo e intentos de abordar los convoyes que viajaban hacia la libertad.
Se estaba perdiendo el respeto al partido y cada vez más militantes se estaban dando de baja.
No obstante acosado y en decadencia, el entonces Ejército soviético, destacado en la Alemania oriental pudo desencadenar una catástrofe. Según confesaba hace unos días a la agencia Efe, el entonces ministro de Exteriores ruso Eduard Shevardnadze, "el Ejército Soviético estuvo a punto de intervenir para impedir la reunificación de Alemania, lo que hubiera podido desatar una nueva guerra mundial". Mijail Gorbachov lograría convencer a los militares de que no existen balas que puedan hacer cambiar el curso de la historia.