Mientras regresaba a casa tras asistir un soleado domingo a una de las últimas jornadas en las que estuvo abierta al público la reciente exposición celebrada en el Guggenheim Bilbao sobre el mundo del automóvil, con una selección de modelos escogida por Norman Foster, no podía borrar de mi rostro una sonrisa de indisimulada felicidad. Había disfrutado, como en las mejores ocasiones, de una muestra irrepetible de vehículos de ensueño, rodeado de personas de todas las edades y procedentes de muy diferentes países. Todos unidos por su amor al coche, por esa pasión irrefrenable que desatan estos artefactos que se desplazan sobre cuatro ruedas y que han transformado desde hace décadas nuestra vida, sociedad y mundo en general.

Me apasionan los automóviles. Sus formas, tamaños, estilos, caracteres, colores, todo lo que transmiten y son capaces de suscitar. Suelo escribir que un coche es lo que es, un mero medio de transporte de personas y objetos, un medio de locomoción; eso, más todo lo que sea capaz de hacerte sentir. Y sentir es la clave, porque más allá de la mera utilidad, el vehículo a motor atesora un poder de seducción que nos hace contemplarlo como un mecanismo dotado de otras cualidades adicionales que en realidad sólo existen en nuestra mente.

La masiva afluencia a la exposición de Guggenheim Bilbao volvió a demostrar el interés de la sociedad por los vehículos a motor

Mientras le daba vueltas a todo esto, me venía a la cabeza lo que me había comentado un vendedor de coches hacía unas semanas cuando, con evidente preocupación, su hija, estudiante de universidad, le había asegurado que no tenía el más mínimo interés en sacarse el carné de coche ni en poseer uno. Aquella afirmación era una especie de sacrilegio pronunciada frente a quien desde niño soñaba con conducir y ser dueño de un automóvil; con la libertad, autonomía y hasta estatus que le reportaría ponerse al volante de un coche e ir a donde le diera la gana apenas cumplidos los 18 años. Para su hija, todo lo que acontecía en su teléfono móvil (“redes sociales, likes y demás”, me dijo él) era muchísimo más importante que el coche, y más teniendo en cuenta las posibilidades que ofrecen otros transportes (autobuses, trenes y aviones) y su menor impacto medioambiental. En casa del herrero, cuchara de madera.

A  este cambio que se aprecia en algunas personas de las nuevas generaciones se le suman otros factores actuales que suscitan inquietud, como el encarecimiento de la vida, la escasez de materias primas, la incertidumbre que ha generado la guerra de Ucrania, los elevados precios de la energía, las dudas que se plantean a la hora de adquirir un modelo nuevo -plazos de entrega extensos o qué tipo de sistema de propulsión conviene (gasolina, gasóleo, de gas, híbrido, eléctrico o los nuevos combustibles neutros, etc)-, la llegada de las zonas de bajas emisiones a las ciudades, otras modalidades de desplazamiento en la urbe (patinetes, bicicletas), los elevados costes adicionales en forma de impuestos y seguros, además del mantenimiento; las nuevas vías de acceder a un coche sin necesidad de tenerlo en propiedad o de manera definitiva, y el hecho de que para muchos el factor estatus cada vez sea menos determinante, entre otras circunstancias reseñables de los últimos años. Y para que no nos falte de nada, ahora son muchas las marcas de automóviles que anuncian para un futuro inmediato la llegada de una nueva forma de comercializar sus vehículos, el modelo agencia, que también trastocará el modo en el que conocemos y adquirimos un coche nuevo.

Los coches nos siguen convenciendo porque garantizan la movilidad individual y nos seducen por todo lo demás 

Así que mi optimismo tras la salida de la exposición del Guggenheim Bilbao se fue diluyendo a medida que transcurrían los minutos. El automóvil, de icono incuestionable durante décadas pasaba a tener cuando menos una situación de futuro incierta o por definir. Está claro que vamos a necesitar movernos en coche, pero también parece evidente que van a ser muchas las nuevas circunstancias que rodearán al vehículo a motor en los años venideros. Quizá lo bueno de todo –espero que no sea por autoconsolarme- es que creo que las fábricas de Mercedes en Vitoria y Volkswagen en Pamplona tienen una excelente base para afrontar estos nuevos tiempos, por su calidad de producción y porque aportan productos que siempre son necesarios, incluso en épocas de crisis e incertidumbre.