Periodista cultural donostiarra. Máster en Periodismo de Investigación y Datos. Crítico de cine y jurado de los Premios Feroz. Torpe, olvidadizo y obsesionado con Ingmar Bergman y la animación. En una entrevista, Ryan Gosling se rio de él.
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Para lo gilipollas que soy (y lo soy mucho, tal y como pueden confirmar no pocas personas), estoy rodeado de buena gente
Para lo gilipollas que soy (y lo soy mucho, tal y como pueden confirmar no pocas personas), estoy rodeado de buena gente. De hecho, lo han vuelto a demostrar esta semana. Tiendo a ponerme el traje de misántropo, pero se empeñan en que dude. Un amigo músico rehusaba agradecer nominalmente las colaboraciones desde el escenario por miedo a olvidarse de alguien y quedar en mal lugar. Así que, para quienes se hayan sentido aludidos al comenzar a leer este texto, va por vosotros. Eso sí, quiero dejar constancia de un nombre: el de Iñaki B., amigo de la infancia y compañero de piso durante casi seis años. No les dirá nada, pero deben saber que un buen puñado de sus vivencias han sido fuente de inspiración de esta columna. Si alguna ha sido interesante, existe un gran posibilidad de que se lo deban a él. Pero más que eso –y aunque no fue el único–, Iñaki B. ha sido una de las personas que más me ayudó en mi depresión. Suelo decirle que me salvó la vida. No es una boutade: lo pienso de verdad. Cuando no me levantaba de la cama, entraba en mi habitación golpeando una cazuela con una cuchara de madera. Y cuando me quedaba tirado viendo documentales alemanes sobre el franquismo, me echaba la bronca. Me instaba a hacer deporte, me escuchaba y me sacaba de paseo o al cine. Y, sobre todo, me hacía reír, que no es poca cosa. Ahora que ya no vivimos juntos, y aunque estos textos van a ser peores, era justo que las palabras de agradecimiento no se las llevase el viento.