De chaval, teníamos un entrenador de fútbol que, si sabía que íbamos a golear a nuestro rival porque éramos muy superiores, alineaba al peor equipo posible. Los mejores jugadores chupaban banquillo y las medianías disfrutábamos de nuestros minutos de gloria. No había ninguna norma que estableciera cuántos minutos tenía que jugar cada chaval en cada partido, así que se puede decir que aquel técnico se adelantó a los tiempos porque ahora sí hay unos mínimos que debe jugar cada niño o niña. Si fuera entrenador (por el bien del fútbol, nunca me he sentado en un banquillo), aplicaría en su máxima expresión la filosofía de aquel entrenador, totalmente opuesta a la que practican determinados clubes que solo buscan la excelencia desde edades muy tempranas con chavales que con el paso el tiempo se convierten en juguetes rotos. Bajo el paraguas de lo que llaman jornadas de tecnificación, tratan de encontrar mirlos bancos con los que alimentar un trabajo de cantera que podría tener algún sentido si lo hicieran en su zona de influencia. ¿Qué sentido tiene que un club de Donostia realice jornadas de tecnificación con chavales de 8, 9 o 10 años a 30 kilómetros de distancia de su entorno? Ninguno. A esa edad, un chaval no solo debería jugar en el equipo de su pueblo con sus amigos sino que, ya puestos, debería practicar más deportes que el fútbol.
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