Cuando mi hija era pequeña se empeñó en llamar al libro lirubu en vez de liburu. Cada noche pedía que le leyéramos un lirubu. Se acercaba a la estantería y elegía, una y otra vez, el mismo. Me empeñé en hacerla sufrir un poco y me saltaba algún párrafo. Imposible, se acordaba de cada línea. Poco a poco su lista de favoritos sumó otros títulos, pero tampoco tantos, se sentía segura en sus historias, cómoda. Dos décadas después, ella elige sus propios lirubus, ya no me puedo saltar ningún párrafo, ni poner voz a los personajes que adornaron su infancia. ¡Menuda responsabilidad aquella! Euli Firiri no podía tener la misma voz que Teo y a ciertas horas de la noche es complicado esmerarse. Lo que espero y confío es haber sembrado un poco de amor a los lirubus, a los que quiera, a los que le gusten. Que en esto, como en todo, sea libre a la hora de elegir. Hace poco tuve que vivir una experiencia que me resultó dolorosa. Tuve que deshacerme de muchos, muchos, libros. Se me fue con cada uno recuerdos y vivencias, al hacer la selección metía y sacaba de la caja una y otra vez un título, lo cambiaba por otro... Una agonía. Pero en una cajita, medio escondida, guardé los lirubus que mis ex txikis disfrutaron. Para que les queden colores y voces, porque hablan.
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