Hace muchos años, cuando trabajaba en otro lugar del que no quiero acordarme, si a algo le tenía miedo era a esta frase: “Vamos a hacer una pequeña reunión”. Las reuniones nunca eran pequeñas y sí muy inútiles. Reunirse está bien, es necesario, para compartir ideas y buscar soluciones. Para hacer terapia, mejor utilizar otros sistemas. Me vienen a la memoria aquellas reuniones de las que siempre salíamos con más deberes y nunca, o casi nunca, con una salida efectiva a los problemas con los que entrábamos, cuando leo a diario que se va a celebrar tal o cual encuentro entre quienes tienen la capacidad de hacer nuestra vida mejor o peor. De esa reunión sale otra y de esa otra, una nueva, a modo de matrioshkas. Y es que me temo que en muchas, quizá en demasiadas ocasiones, quienes participan en estas reuniones lo hacen con la idea de que la razón es suya, las decisiones inamovibles y los argumentos del resto, un insulto a la inteligencia. Y así no va. Porque para dar con las soluciones hace falta tener voluntad de encontrarlas y para ello las reuniones tienen que ser un foro en el que se tome nota, en el que las aportaciones se toman en consideración y del que se sale con la idea clara de que la solución existe y hay que hallarla. Lo demás, son monólogos.