El famoso test del pato dice que “si parece un pato, nada como un pato, y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato”. Si incitó a sus seguidores a asaltar el Capitolio, si ha sido recibido como el mesías por la extrema derecha europea y si su principal mecenas se sube al escenario para levantar el brazo como los nazis y activar la motosierra de Milei pues probablemente sea un ultra. Es verdad que no estamos acostumbrados a ver al inquilino de la Casa Blanca con formas de matón de cervecería, lo que rebaja la percepción del peligro que supone para la democracia que todo el poder político, militar y económico de Estados Unidos esté concentrado en las manos de un personaje como Trump. Hay quien ve en estas primeras semanas de su segunda época presidencial algo parecido a una representación para lograr ventajas negociadoras en el tablero del comercio mundial. Que no hay motivos para la alarma; son negocios, nada personal. No me convence esa visión. Creo que la extrema derecha estadounidense y los ultras europeos han encontrado a un líder y qué mayor caja de resonancia para legitimar sus ideas y expandir su propaganda que la Casa Blanca. Este domingo hay elecciones en Alemania y a la extrema derecha las encuestas le otorgan la segunda posición. Ya ni nos escandaliza. Pero más nos conviene tener el chip de la alerta encendido, la ola ultra no para de crecer y la que viene del sur ya sabemos cómo nos quiere.
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