A riesgo de ser catalogado de involucionista, cada vez tengo más claro que en algún momento de nuestra evolución nos hemos pasado de rosca, en todos los sentidos posibles, y que deberíamos empezar a pensar en un retroceso programado a algún punto del pasado en el que perdimos la cabeza y desde donde poder reconstruir la senda del “progreso”, porque la sensación ahora mismo es de que avanzamos, sí; pero hacia no se sabe muy bien dónde, después de habernos columpiado en algún cruce previo. Y digo programado, por aquello de que no nos entren ganas de romperlo todo de golpe, que es la pulsión que sentí yo ayer después de perder media mañana hablando con máquinas por teléfono y chateando con una herramienta de IA a la que le pregunté dos veces si no me podía poner con una persona de carne y hueso. Pero la máquina me salió orgullosa, y pedía una oportunidad para arreglar el problema, lo que derivó en una conversación de besugos carente de cualquier sentido en el que al final te enfadas. Estamos confiando nuestras vidas a las máquinas, y ellas no negocian, ni discuten; simplemente ejecutan órdenes y es cuestión de tiempo de que se conviertan en las principales herramientas de vulneración de los derechos de las personas. Ya no hacen falta dictadores.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
