Este lunes se cumple un año del inesperado y brutal ataque de las milicias de Hamás y otros grupos islámicos palestinos contra Israel. El asalto inauguró una nueva fase en una guerra que si algo nos ha enseñado con el paso de los años es su naturaleza irresoluble. Netanyahu prometió que rescataría a los rehenes y acabaría físicamente con Hamás por la vía rápida pero nada de eso ha ocurrido y, lejos de acotar su respuesta a los responsables del asalto, ha extendido la guerra en todas las direcciones hasta lograr implicar a Irán. Cubierto por el apoyo incondicional de Estados Unidos, sabedor de la incapacidad de la ONU para hacer valer el derecho internacional e indiferente a la opinión de una Unión Europea sin política exterior, Israel parece más determinada que nunca a imponer un nuevo orden en Oriente Próximo. Da la impresión que aguardaba la llegada de una oportunidad como ésta para la que ha mostrado tanta fortaleza como debilidad su enemigo, al que ha desarbolado con una mezcla de inteligencia, audacia y crueldad sin escrúpulos. No hay nada que pueda detener la guerra criminal de Israel, que justifica todas sus barbaridades sobre la tesis sin pruebas de que todos los que mueren se lo han buscado porque de una u otra forma son de Hamás o Hizbulá. No hay inocentes para Israel.
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