Ahora que nos habíamos acostumbrado a la rutina de las tres efes –los fuegos, las ferias y la fiesta (no haré la gracieta de la cuarta efe en las noches de verbena, que no todos habrán logrado)– la Semana Grande se nos acaba. Y es un bajonazo, ahora que habíamos entrado en calor, que es eso que tanto nos cuesta a los que somos de apoyar brazo en barra. De acuerdo que el nombre ya daba una pista de lo que iba a durar el asunto, pero también el de la Quincena Musical y mire usted lo que cunde. Así que, cumplido el tiempo reglamentario, toca recoger los bártulos, que lo bueno se acaba y ya llega Marijaia para tomar el testigo y poner el chimpún a las fiestas veraniegas de las capitales vascas. Por aquí todavía queda la prórroga hasta el lunes, cuando los cacharros del Paseo Nuevo serán más baratos, aunque sea a cambio de que la fiesta se haya alejado cien kilómetros con peaje y deje esa sensación de quedarnos a ver los títulos de crédito de la peli ya terminada. Pero el ambiente festivo también va en la actitud de cada uno, así que todo puede cuadrar y aún queda juerga para echarse mientras muchos donostiarras reniegan de lo suyo y repiten aquello de que la fiesta de verdad es la de enero. Que sí, pero falta mucho y cae en invierno. Esto es otra cosa y, según a qué edades, hasta tiene su punto.
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