Los Juegos Olímpicos son como el Zinemaldia, salvando las distancias y cada uno en su campo. Si el Festival de Cine de Donostia consigue que miles de personas abarroten las salas de cine pese a no haberlas pisado el resto del año para ver cine iraní y otras exquisiteces en versión original subtitulada porque una vez al año no hace daño, los Juegos Olímpicos logran que nos interesemos por deportes minoritarios que no sabíamos ni que existían y que se dispare su audiencia a datos inimaginables, porque una vez cada cuatro años hace todavía menos daño. No sé qué pasa, pero todos estamos dispuestos a ver deportes que hasta ahora ni conocíamos y en cada Olimpiada hay un deporte revelación elevado a la gloria junto a sus comentaristas. Que se lo digan al reincorporado Ernest Riveras o a Paloma del Río, a quien ayer recordaban en la retransmisión de TVE cuando sonaba el himno olímpico casi como si estuviera muerta en lugar de disfrutando de una merecida jubilación. Este año tenemos los Juegos Olímpicos más televisivos de la historia: además del despliegue de TVE, Eurosport multiplica por diez sus canales (gratuitos en muchas plataformas) para dar cabida a todos los deportes posibles de estas Olimpiadas que ayer se inauguraron pasadas por agua con el encendido de un pebetero volador que recordó, sin superarlo, a Londres 2012. Suerte a nuestros deportistas.