El verano es época propicia para tener el primer trabajo parcial gracias al que, por 300 euros al mes, quedan pagadas las primeras vacaciones del sudor propio. También es época para tener el primer amor de verdad. Allá por sanjuanes, sampedros, sanmarciales e incluso sanfermines si los exámenes de recuperación no han dado otro margen. El verano también suele traer el primer desamor en septiembre: la marea se retira cuando toca volver a clase. Se lo cantó Rod Stewart a Maggie. El periodo estival y sus amistosos también son para arrancar una carrera deportiva y convertirse en el sucesor de Alberto Górriz. Lo cuenta Zuhaitz Gurrutxaga a Ander Izagirre en Subcampeones: a escasos días de que la pretemporada de la Real del subcampeonato (por cierto, una sola victoria) eche a andar, a él se le pasa por la cabeza por primera vez la palabra suicidio. “Lo que me dio terror fue la idea de que ya no controlaba mi mente”, escribe en un libro con más fondo que el Cantábrico. Aquella idea sorprendió a Gurrutxaga en la planta 22 de un rascacielos de Benidorm. En unas vacaciones con amigos. En verano. Cuando las alegrías más brillantes ocultan su oscuridad. La vida tiene sus problemas, también en verano. Como la mar y sus corrientes de fondo, hay que nadarlos. Y pedir ayuda si hace falta para salir de ellos.
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