Durante un tiempo miraba el dibujo, y sólo veía a una joven de unos 25 años, muy atractiva, a la moda de la época, con nariz pequeña y aspecto formal. Ahora he empezado a ver a una anciana con una gran nariz ganchuda y chal. Hace años me habría partido la cara por defender que los trazos de ese dibujo se correspondían con los de una joven encantadora. Ahora que he empezado a ver en ese mismo lugar a una señora entrada en años, hay algo dentro de mí que ha comenzado a quebrarse. El experimento demuestra que cada uno mira por el cristal de su experiencia, y que dos personas pueden disentir y estar ambas en lo cierto. Estamos tan convencidos de nuestra visión del mundo, que descubrir otras realidades posibles genera desconcierto, porque te pasas la vida pensando que estás en lo cierto, sin advertir el efecto silencioso e inconsciente que han tenido la familia, los amigos, la escuela o la Iglesia. Y esta nueva dimensión hace que tu percepción de la vida deje de ser monocolor. Y quizá va siendo hora de someter a prueba el paradigma –porque nunca es tarde– y asumir la responsabilidad de escuchar a los demás y estar abiertos a sus percepciones. La vida está llena de personas que ven en el dibujo a jóvenes atractivas y también a ancianas. Y todos están en lo cierto.