La gente negra, cada vez más numerosa en la vieja Europa blanca, empieza a reivindicar su negritud. No les queda más remedio para que no les avasallen. En un mundo global en el que no queda nadie que no haya visto a personas de otras tonalidades, el color de la piel sigue provocando polémicas. Los ninots que representan a un grupo de africanos saltando la valla, instalados en Valencia, han molestado a algunos. La escultura festiva ha sentado mal a algunos sectores, que se han debido olvidar del carácter crítico de algunas fallas. Más al norte, en Francia, los racistas no se han callado y han criticado públicamente que la joven cantante Aya Nakamura, que arrasa entre los seguidores de la música urbana, haya sido elegida para actuar en la inauguración de los Juegos Olímpicos. La francesa, de orígenes africanos, canta en francés con la jerga de los extrarradios. Quizás algunos no la entiendan, pero su ritmo mueve masas. Y es negra. Como muchos europeos hoy en día. Ya toca quitar connotaciones a un color de piel y dar vueltas para no citarlo. Algunos recordamos las huchas paternalistas del Domund con cabezas de “chinitos” y “negritos”. Pues ya se han hecho mayores y son señores y señoras negros y negras. Y a mucha honra.