Toda la vida nos han dicho que la comida más importante del día es el desayuno. Por aquello de empezar la jornada con energía y tal. Aquí nunca hemos sido de tomar el full english breakfast, salvo si visitamos las islas, que nos metemos entre pecho y espalda un par de cafés, tostadas, unas alubias, unos huevos revueltos, un par de salchichas y esa tocineta (bacon) traslúcida que te sirven en los hoteles. Necesitas una mañana entera para hacer la digestión. No somos de desayuno inglés, pero sí hay una creencia generalizada de que conviene desayunar bien. Ahora, sin embargo, tecleas en San Google la palabra “ayuno” y te salen 32,6 millones de resultados en 0,37 segundos. Ciertos gurús de la nutrición te cuentan lo maravilloso que es dejar de comer durante 16 horas seguidas. No sé, no lo veo. Hace unos días, un psiconeuroinmunólogo (no me pregunten qué es eso) y pseudoexperto en nutrición aseguraba que ayunar es tan natural como dormir. Otra experta recomendaba desayunar una tostada integral con hummus. No sé, tampoco veo lo del hummus. Pero, en fin, lo del ayuno, que parece que se ha inventado anteayer, viene del año 610 d.C. El próximo domingo empieza el Ramadán. Ni probar bocado ni beber durante un mes desde que amanece hasta que empieza a anochecer. No sé, tampoco lo veo.