Observo con admiración cómo los siete diputados de Junts exprimen las gónadas del Gobierno de Sánchez logrando que, semana tras semana, hinque la rodilla. Y eso que están creando una norma, y en esto tienen razón los juristas que lo señalan, que no es universal, sino ad hoc. Si siguen con el peinado de la ley de amnistía, pronto incluirán en el articulado hasta nombres y apellidos. Me recuerda a esas estrafalarias ofertas de empleo que incorporan requisitos que nadie en su sano juicio cumpliría... excepto la persona que ya ha sido elegida a dedo. Se da mucho en política: si les vienen a hablar de perfiles, desconfíen, sólo quieren hacerles perder el tiempo mirando una paloma blanca mientras el cuco se hace con el nido. No me entiendan mal, la ley de amnistía me parece hoy la mejor manera de que reine la paz social en Catalunya, habida cuenta del consabido entramado de las cloacas y el lawfare. Pero me pregunto, si la gobernabilidad depende de la condición de una persona, ¿qué haría yo si tuviese siete diputados en Madrid? ¿Y seis? ¿Y aunque sea cinco? ¿Me sacaría la foto con gesto enfadado en el aniversario del encarcelamiento de Pablo González o le señalaría a Sánchez el camino a la genuflexión? Y es que existe una diferencia fundamental entre Puigdemont y González: el periodista somos todos.
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