Anoeta afronta este martes el partido más bonito de su historia. El del ascenso contra el Celta fue el de la liberación tras aquella presión asfixiante de Segunda. El de la ida de la semifinal contra el Mirandés se convirtió en el del miedo a una pifia mayúscula contra un equipo de categoría inferior justo el año en el que los realistas se estaban desquitando de tantos años de fracasos coperos. Contra el Mallorca no hay nada de eso. A lo sumo lamentamos que el equipo realista pase por uno de los momentos menos brillantes (que no malo; un momento malo es otra cosa y 115 años dan fe de ello) dentro de su época más brillante. Y que pasa por un momento con hombres importantes en el dique seco, que es una forma de no estar. Cuando empiece el partido, como la guerra, solo importan los disponibles mientras los caídos se recuperan en la retaguardia y descansan para momentos futuros. Cuando 121 equipos ya crían malvas, la Real se juega seguir adelante contra un rocoso Primera que vende el discurso de que tiene poco que perder. En realidad, puede perder lo mismo que la Real, que llegados a estas alturas, nadie quiere perderlo. Tampoco que se llevará el partido si afronta el partido como el primer episodio de la final de abril. Con más ilusión que presión, Amara mañana tiene que ser un barrio de Sevilla.