Según un sondeo sociológico hecho por mí misma, al que otorgo parecida validez que a las encuestas preelectorales, visto lo visto, la verdura más odiada es la coliflor. Este vegetal blanco, con forma de alimento extraterrestre, tiene algunos apasionados, pero muchos detractores. El sabor puede gustar o no pero los vapores de su cocción resultan desagradables para la mayoría. Con abrir la ventana o usar la campana extractora, el problema desaparece. Pero, en algunos lugares, el olor a coliflor está llegando a mayores. El Observatorio de la Calidad del Aire de la Nouvelle Aquitaine, el departamento francés con capital en Burdeos, se ha encontrado con más trabajo a cuenta de esta verdura, que algunos están situando al mismo nivel que el olor a gasolina, a productos químicos o a pesticidas. En concreto, en enero se han señalado más de un centenar de incidencias por males olores derivados de la coliflor en la zona de la ciudad de La Rochelle. Más del total de los casos registrados por diversas causas. Ni cortos ni perezosos, algunos ciudadanos han decidido que esa verdura es denunciable. Y, tras la necesaria investigación, se ha descubierto que el olor llegaba de un negocio de comidas, que cumplía todas las normas. Imagino el informe de los investigadores y siento vergüenza ajena.