El acuerdo final de la cumbre climática de Dubái, conocida como COP28, suena a oportunidad perdida ante la inexorable cuenta atrás del calentamiento de la Tierra. Frente a la primera propuesta de acuerdo que pasaba por la reducción de la producción y el consumo de los combustibles fósiles, se ha pactado el compromiso de abandono progresivo de las energías responsables del aumento de la temperatura y su sustitución por alternativas limpias. Es un pacto, a priori, más ambicioso pero, en el fondo, lo que esquiva es aquello que la mayoría de los científicos llevan reclamando desde hace tiempo como única salida a un futuro que tiene todas las trazas de modificar las condiciones de vida del planeta: el abandono de un sistema energético basado en quemar petróleo, carbón y gas natural. “No podemos salvar un planeta en llamas con una manguera de combustibles fósiles”, advirtió António Guterres. Pero el presidente de la ONU no pasa de ser una autoridad moral. La celebración de la COP28 en un país que descansa sobre un pozo de petróleo ya anticipaba que el resultado final no podía ir mucho más allá de lo finalmente acordado. La lucha contra el cambio climático exige un peaje demasiado inmediato y doloroso para nuestra economía y modo de vida frente a una amenaza que no llegará de golpe sino a base de golpes que un mundo regido por intereses egoístas prefiere pensar que podrá ir encajándolos mientras da con la solución.